Amores Conectados.
"Sueños académicos"
Por el tránsito, y porque pareció que no recorrimos más de quince o veinte cuadras, creo que hubiésemos tardado menos a pie. Tal vez también el viaje a la facultad se hizo largo porque en ningún momento intercambiamos palabra con Bruna. Sentadas en el asiento de atrás, juntas, pero distantes, abrimos la boca solamente para responder a Jonathan, el chófer, las dos preguntas que nos hizo: a qué hora nos pasaba a buscar, y por dónde.
-Gracias, Jonathan, pero voy a volver caminando. Quiero recorrer un poco la ciudad
-Debería preguntarle a la señora Lucrecia -Dijo él-. Si llego a dejarla sola sin su autorización y le pasa algo...
-Ya le preguntamos a mi papá, Jonathan. Tenemos permiso -Dijo Bruna, sumándose a un plan al que yo no la había invitado-. Si queres llamarlo para chequear. Toma -Dijo acercándole el celular-. ¿Te marco? -Jonathan no respondió-. Papá se pone un poco nervioso cuando lo molestan por pavadas así que si te grita o te habla mal no te preocupes, generalmente se le pasa rápido. Bueno... -Dijo, como para sí-. A veces no se le pasa nunca...
Bruna estiró el silencio después de los puntos suspensivos para dejar que Jonathan se imaginara lo peor.
Miró a mi prima por el espejo retrovisor. Fue un segundo, pero noté que estaba contrariado.
-Pero casi nunca es taaan extremo -Dijo después, recuperando el tono liviano de su voz-. Toma, llama, llama -Y otra vez le extendió el celular -Llamalo así te quedas tranquilo
El chófer dudó, y después de unos segundos dijo que no, que estaba bien, que si el señor ya sabía estaba bien. Bruna sonrió. Me preocupé por él. ¿Por qué mentía Bruna? ¿Por deporte, o porque de verdad no iban a dejarnos volver solas a la casa? Y, si era por lo segundo, ¿estábamos poniendo en riesgo el trabajo de Jonathan? El auto frenó justo frente a las escalinatas de la facultad, pero Bruna no quiso bajarse de ahí.
-Adelanta una cuadra, Jonathan, por favor. Bajar de un auto caro como este en la puerta de una facultad pública es un suicidio total. ¡¿Queres que nos tilden de millonarias y no tengamos ningún amigo?!
Le hubiese festejado el chiste a mi prima, pero estaba en otra cosa, demasiado impresionada con el tamaño del edificio al que estábamos a punto de entrar.
El curso ingreso a la facultad lo había hecho a la distancia, desde Santa Elena, rindiendo toas las materias libres. Así que la facultad no la había visto nunca, ni siquiera en fotos. Y ahora se plantaba frente a mí, pesadísima, colosal, atemorizante. Con todo el peso de la ley. ¿Iba a poder subir todas esas escaleras? Las escaleras de lo que se esperaba de mí... ¿pero quiéb lo esperaba? Mamá, sí. Pero ella no era lo peor. Lo peor era la presión de papá, mucho más fuerte incluso ahora, que estaba muerto, que cuando vivía. Todo el tiempo me decía que yo era especial, y me lo había hecho creer...
Y ahora, yo, ¿cómo iba a hacer para estar a la altura de lo que se esperaba de mí? No sé si este era el mejor camino. Si papá hubiese sabido que empecé a estudiar Derecho no iba a estar contento. No. De mí, él hubiese esperado "más". Si, ¿pero "más" de qué? ¿Y cómo? ¿Y por qué no estás acá, papá, para orientarme un poco?
Que injusto. Como había escuchado en una película una vez, la vida está hecha de elecciones. Y papá, al irse a otro país, había hecho la suya. El auto se detuvo dos cuadras más allá de la facultad. Bajamos. Primero Bruna, con sus tacos y su vestido, y después yo, con mis zapatillas y mi jean gastado. Mi prima me miró de arriba a abajo, y cuando llegó a mi cara me sonrió.
-Me gusta tu look -Dijo. Le creí-
Caminamos las dos cuadras en silencio.
-Pero si es la mismísima Bruna Fernandez en persona...
-Nazareno, maldito, ¿tengo que venir hasta la facultad para encontrarte?
Como se dice en las novelas cursis, Bruna y su amigo "se disolvieron" en un abrazo efusivo sobre las escalinatas de la facultad. Él tenía un jean azul, parecido al mío aunque un poco más nuevo, y unas zapatillas algo rotosas que le quedaban bien. Era bastante alto, diría que nos sacaba una cabeza a Bruna y a mí, y su cuerpo era delgado pero bien formado. Su remera blanca decía: "Give peace a chance", y yo pensé que era linda, porque cualquier cosa que haya sido escrita por los Beatles es linda, pero había muchísimos otros versos de sus canciones que eran mucho mejores, de canciones menos conocidas tal vez. Aunque, pensándolo mejor, que una canción de los Beatles fuera poco conocida era algo casi imposible.
-Estás lindísima -Le dijo él a ella-
-Y vos. Mira tus brazos. ¿Estás entrenando algún deporte?
-Un poco de tenis. Fierros no. Sabes que odio los gimnasios. ¿Seguís nadando?
-Si. Saliendo a correr
-Bonita, estás muy bonita
Era gracioso ver a dos personas tirándose flores descaradamente, parecía que lo hacían en chiste, pero era en serio. Tal vez por eso se me escapó una risita, que Nazareno llegó a escuchar. Me miraron los dos; Nazareno, como si recién en ese momento notara (con placer, me pareció) mi presencia, y mi prima como si hubiese preferido no notarla nunca. Pasó en un instante: sentí la mirada de Nazareno me estaba dedicando (una de esas miradas incómodas, intensas, que -para seguir en el tono de las novelas cursis- "te desnudan"), y también sentí la otra mirada, la de mi prima, que había empezado a odiarme porque intuía, como yo, que, Nazareno estaba interesado en conocerme.
-Nazareno, Victoria. Victoria, Nazareno -Dijo mi prima-. Victoria está viviendo en casa. Es la hija del hermano de mi papá, vino del campo a estudiar Derecho. Es simpática, y un bicho raro. No entiende inglés -Dijo, y después a mí-. Nazareno es un amigo de toda la vida...
-Hola, victoria -Dijo él, me pareció, obnubilado. La verdad es que era bastante incómodo ser mirada así-
-... y ex novio -Me aclaró Bruna-
-¿Ex novios? ¿Ahora decís que fuimos novios? -Nazareno se rió, y me miró-. Estuve persiguiéndola un año para que fuera mi novia, y no quiso. Ahora dice que somos ex novios. ¿Quién entiende a las mujeres?
Yo Nazareno, pensé, Pero no lo dije. Y si él no lo entendía... Si no entendía que lo que pasaba era una típica escena de celos entre dos chicas, bueno, se ve que tan perspicaz no era.
-Vamos a llegar tarde -Dijo Bruna, y empezó a caminar hacia adentro de la facultad-
La seguí, y Nazareno me siguió a mí, al lado, demasiado cerca para mi gusto.
-Y vos, Victoria, contame.. Por Dios, sos... sos... ¿Por dónde saliste?
Sentí la cara caliente. Miré mis zapatillas, el hormigón de las escaleras debajo de mis zapatillas azules, para esquivar la mirada de Nazareno, mientras escuchaba los tacos de mi prima Bruna clavarse en los escalones -Clac, clac, clac, clac- , a medida que ascendíamos.
Cada vez con más fuerza. Clac, clac, clac, clac. Como si quisiera tirar el edificio abajo.
martes, 5 de noviembre de 2013
lunes, 4 de noviembre de 2013
Primera Parte "Capítulo 8"
Amores Conectados.
"Un café especial"
La noche de la fiesta la pasé encerrada en mi habitación. Miento. Bajé un rato, para no despertar resquemores en mi tía, mi prima y mi tío, y a la primera oportunidad que tuve fingí una jaqueca mortal por la que "lamentablemente" iba a tener que irme a dormir. Me creyeron. Ser la pueblerina, parece, tiene sus ventajas. Todo el mundo piensa que como venís de un pueblo son más ingenua, más buena, y que no mentís nunca. Por mí, genial. Aférrense a sus prejuicios, quedarme en esa "fiesta" hubiera sido una tortura. Los amigos de mi tío comían como cerdos, las esposas de los amigos de mi tío sonreían como corderitos despojados de cualquier bocado interesante para meter en la conversación, y los hijos de los amigos de mi tío eran personas tan interesante como el kiosquero de Santa Elena, famoso por no haber dicho, en toda su vida, más que el precio de lo que ibas a comprar. Martín, el que mi prima había dicho que "estaba fuerte", era un nene de trece años. Definitivamente, a Bruna le gustaban muchos las bromas.
Al día siguiente, lunes, el despertador sonó a las siete. Me duché, me vestí para mi primer día en la facultad, bajé a desayunar. Estaba por agarrar la leche de la heladera cuando una mucama se me acercó tímidamente, para avisarme que la mesa ya estaba servida en el comedor. Qué maravilla, pensé, y abrí la puerta doble que conectaba con el salón donde los Sandoval se alimentaban a diario. Fui la primera en llegar. No decidía en cuál silla sentarme cuando la mucama solucionó esa duda por mí. Me señaló la de uno de los costados, a dos sillas de la cabecera. Había cuatro lugares, así que mi tía, mi tío y mi prima iban a unírseme pronto, pensé. Había tostadas, yogurth, cereales, mermeladas, queso blanco, miel, galletitas de varios tipos y colores, jugo de naranja, café, leche, panes (todos con muy buen aspecto), jamón, y una tetera cubierta con un "suetercito" de lana, para que no se enfriara el agua. Sonreí. Imaginé a mi tía explicándoles a las mucamas a la combinación de colores que debía tener el suetercito de la tetera mientras las mucamas la miraban en silencio, asintiendo, preguntándose que tan grande podía ponerse la locura de la señora Lucrecia.
Unté una tostada con mermelada de naranja y me serví un café con leche, mitad y mitad. En ese momento apareció Bruna, vestida como si estuviéramos a punto de ir a la facultad pero no a estudiar si no a desfilar por sus pasillos. Para ser justa, debo reconocer su buen gusto. Se había puesto un vestido azul, ajustado, que le llegaba bastante arriba de las rodillas y que parecía comprado en una feria de rosa usada, porque imitaba el estilo de les setenta, tan de moda últimamente. El vestido estaba estampado en figuras geométricas, en distintos tonos de violeta, y para completar el look de mi prima se había puesto un brazalete negro en la muñeca derecha y un colgante pesadísimo, de metal plateado, con forma de una cruz. En los pies, unas sandalias rojas, con un taco alto que no aparentaba generarle ninguna complicación a la hora de caminar, algo que a mí me pareció una proeza. Nunca había aprendido a caminar con tacos. Mamá siempre me lo había echado en cara, decía que yo era "muy poco señorita". Bruna se sentó en la cabecera, se sirvió café del termo y tomó un trago largo. Café negro, sin azúcar.
-No puedo creer que pienses "cuando sea grande, quiero ser abogada" -Dijo mi prima mientras se preparaba una tostada-. ¿Por qué elegiste esta carrera tan aburrida?
La miré. Pensé en ser grande, en ser abogada cuando fuera grande, no sentí nada especial... Pero ella estaba a punto de empezar conmigo misma "carrera aburrida" que me cuestionaba. Se lo dije, para defenderme.
-A mí me obligan, prima. Los tiranos -Ironizó, refiriéndose a mis tíos-, quieren que siga los pasos de mi padre. ¿De qué sirve tener toda esta plata si no puedo ser libre? Voy a tener que esperar heredar, parece
Me serví jugo de naranja, asentí, me pregunté qué porcentaje de la frialdad de Bruna era una pose y qué porcentaje era sincero.
-¿Pensás que mi papá va a morirse joven? -Dijo-. Sería una desgracia... ¿cómo se dice? Ah, sí. Una desgracia con suerte
El jugo de naranja se me atoró en la boca. Tragué como pude. Miré a mi prima a los ojos, que me observaba, sonriente.
-Perdoná -Dijo unos segundos después-. Me había olvidado que tu papá murió joven. No quería ponerte mal
No le creí, pero de todas formas le dije que estaba todo bien. Terminamos rápido de desayunar (supongo que ninguna de las dos quería estar con la otra), y cuando estábamos levantándonos de la mesa apareció mi tío, en un traje impecable. Nos preguntó si estábamos apuradas, si no podíamos quedarnos un rato más.
-¡Quería almorzar con mis futuras abogadas! ¿Cómo se preparan para su primer día de clases?
-Muy bien, Pa -Dijo Bruna-. Estoy ansiosa. No sabes las ganas que tengo de empezar Derecho. Me muero de ganas. ¡Me muero!
-Me alegro tanto hija -Dijo mi tío. Bruna resopló, para terminar de dejar en claro lo que mi tío ya había entendido pero prefería ignorar-. ¿Y vos, Victoria?
Mi tío dio un trago a su café y puso cara de asco.
-¡Amalia! -Gritó-. ¡Amalia, venga! -Y después a mí- Perdoná Vicky. Me decías...
-Estoy nerviosa -Dije-
Una mucama llegó al comedor desde la puerta que daba a la cocina. Miró a mi tío en silencio unos segundos. Mi tío la miró como si no la conociera-
-¿Dónde está Amalia?
-Está enferma, señor
-Este café... ¿quién hizo este café?
-Yo, señor
-¿Amalia le explicó cómo lo tomo?
-Si, señor...
-¿Y su nombre es...?
-Salomé
Mi tío sonrió.
-Salomé... qué lindo nombre -Dijo, y después-. Gracias, Salomé. Puede retirarse
Salomé salió del comedor. Mi tío dejó la taza de café y no volvió a tocarla. Después volvió a acordarse de mí, aunque no parecía estar escuchándome.
-Vicky, ¿estás tan contenta como tu prima o más?
Entonces, sonó su celular. Levantó una mano, como pidiéndome disculpas por la nueva interrupción, y respondió.
-Decime -Contestó, serio, al teléfono-. ¿Cómo? ¿Quién? -Del otro lado alguien le contaba algo que a mi tío no parecía gustarle-. Llego en veinte minutos y lo vemos. No hagas otra estupidez más. Esperame
Cortó el teléfono, miró la mesa, las tostadas, las galletitas, como buscando algo que le interesara, pero no lo encontró. Se puso de pie, se estiró el traje, y nos sonrió.
-Bueno, que lindo charlar con ustedes. Me alegra tanto verlas bien -Dijo, y después a Bruna-. Por favor, decile a tu madre que se ocupe de esta mujer -Dijo, señalando con la cabeza la puerta que comunicaba con la cocona-. Si vuelve a hacerme un café como este no quiero verla más. Hasta luego. Suerte
Y se fue. Pensé en Salomé, en la pobre Salomé, y en que lo parecía imposible -que alguien en esa casa me cayera peor que mi prima Bruna- acababa de suceder. Y en mi tía, que no había bajado a desayunar.
En el chico con el que había soñado anoche. Y en el café. ¿Qué problema tenía el café? Ninguno. Yo lo tomé. En esa casa el café no era el problema. El café estaba delicioso. Y pensé que, apenas un rato más tarde, iba a estar en la facultad. ¿Cómo sería este primer día tan esperado?
"Un café especial"
La noche de la fiesta la pasé encerrada en mi habitación. Miento. Bajé un rato, para no despertar resquemores en mi tía, mi prima y mi tío, y a la primera oportunidad que tuve fingí una jaqueca mortal por la que "lamentablemente" iba a tener que irme a dormir. Me creyeron. Ser la pueblerina, parece, tiene sus ventajas. Todo el mundo piensa que como venís de un pueblo son más ingenua, más buena, y que no mentís nunca. Por mí, genial. Aférrense a sus prejuicios, quedarme en esa "fiesta" hubiera sido una tortura. Los amigos de mi tío comían como cerdos, las esposas de los amigos de mi tío sonreían como corderitos despojados de cualquier bocado interesante para meter en la conversación, y los hijos de los amigos de mi tío eran personas tan interesante como el kiosquero de Santa Elena, famoso por no haber dicho, en toda su vida, más que el precio de lo que ibas a comprar. Martín, el que mi prima había dicho que "estaba fuerte", era un nene de trece años. Definitivamente, a Bruna le gustaban muchos las bromas.
Al día siguiente, lunes, el despertador sonó a las siete. Me duché, me vestí para mi primer día en la facultad, bajé a desayunar. Estaba por agarrar la leche de la heladera cuando una mucama se me acercó tímidamente, para avisarme que la mesa ya estaba servida en el comedor. Qué maravilla, pensé, y abrí la puerta doble que conectaba con el salón donde los Sandoval se alimentaban a diario. Fui la primera en llegar. No decidía en cuál silla sentarme cuando la mucama solucionó esa duda por mí. Me señaló la de uno de los costados, a dos sillas de la cabecera. Había cuatro lugares, así que mi tía, mi tío y mi prima iban a unírseme pronto, pensé. Había tostadas, yogurth, cereales, mermeladas, queso blanco, miel, galletitas de varios tipos y colores, jugo de naranja, café, leche, panes (todos con muy buen aspecto), jamón, y una tetera cubierta con un "suetercito" de lana, para que no se enfriara el agua. Sonreí. Imaginé a mi tía explicándoles a las mucamas a la combinación de colores que debía tener el suetercito de la tetera mientras las mucamas la miraban en silencio, asintiendo, preguntándose que tan grande podía ponerse la locura de la señora Lucrecia.
Unté una tostada con mermelada de naranja y me serví un café con leche, mitad y mitad. En ese momento apareció Bruna, vestida como si estuviéramos a punto de ir a la facultad pero no a estudiar si no a desfilar por sus pasillos. Para ser justa, debo reconocer su buen gusto. Se había puesto un vestido azul, ajustado, que le llegaba bastante arriba de las rodillas y que parecía comprado en una feria de rosa usada, porque imitaba el estilo de les setenta, tan de moda últimamente. El vestido estaba estampado en figuras geométricas, en distintos tonos de violeta, y para completar el look de mi prima se había puesto un brazalete negro en la muñeca derecha y un colgante pesadísimo, de metal plateado, con forma de una cruz. En los pies, unas sandalias rojas, con un taco alto que no aparentaba generarle ninguna complicación a la hora de caminar, algo que a mí me pareció una proeza. Nunca había aprendido a caminar con tacos. Mamá siempre me lo había echado en cara, decía que yo era "muy poco señorita". Bruna se sentó en la cabecera, se sirvió café del termo y tomó un trago largo. Café negro, sin azúcar.
-No puedo creer que pienses "cuando sea grande, quiero ser abogada" -Dijo mi prima mientras se preparaba una tostada-. ¿Por qué elegiste esta carrera tan aburrida?
La miré. Pensé en ser grande, en ser abogada cuando fuera grande, no sentí nada especial... Pero ella estaba a punto de empezar conmigo misma "carrera aburrida" que me cuestionaba. Se lo dije, para defenderme.
-A mí me obligan, prima. Los tiranos -Ironizó, refiriéndose a mis tíos-, quieren que siga los pasos de mi padre. ¿De qué sirve tener toda esta plata si no puedo ser libre? Voy a tener que esperar heredar, parece
Me serví jugo de naranja, asentí, me pregunté qué porcentaje de la frialdad de Bruna era una pose y qué porcentaje era sincero.
-¿Pensás que mi papá va a morirse joven? -Dijo-. Sería una desgracia... ¿cómo se dice? Ah, sí. Una desgracia con suerte
El jugo de naranja se me atoró en la boca. Tragué como pude. Miré a mi prima a los ojos, que me observaba, sonriente.
-Perdoná -Dijo unos segundos después-. Me había olvidado que tu papá murió joven. No quería ponerte mal
No le creí, pero de todas formas le dije que estaba todo bien. Terminamos rápido de desayunar (supongo que ninguna de las dos quería estar con la otra), y cuando estábamos levantándonos de la mesa apareció mi tío, en un traje impecable. Nos preguntó si estábamos apuradas, si no podíamos quedarnos un rato más.
-¡Quería almorzar con mis futuras abogadas! ¿Cómo se preparan para su primer día de clases?
-Muy bien, Pa -Dijo Bruna-. Estoy ansiosa. No sabes las ganas que tengo de empezar Derecho. Me muero de ganas. ¡Me muero!
-Me alegro tanto hija -Dijo mi tío. Bruna resopló, para terminar de dejar en claro lo que mi tío ya había entendido pero prefería ignorar-. ¿Y vos, Victoria?
Mi tío dio un trago a su café y puso cara de asco.
-¡Amalia! -Gritó-. ¡Amalia, venga! -Y después a mí- Perdoná Vicky. Me decías...
-Estoy nerviosa -Dije-
Una mucama llegó al comedor desde la puerta que daba a la cocina. Miró a mi tío en silencio unos segundos. Mi tío la miró como si no la conociera-
-¿Dónde está Amalia?
-Está enferma, señor
-Este café... ¿quién hizo este café?
-Yo, señor
-¿Amalia le explicó cómo lo tomo?
-Si, señor...
-¿Y su nombre es...?
-Salomé
Mi tío sonrió.
-Salomé... qué lindo nombre -Dijo, y después-. Gracias, Salomé. Puede retirarse
Salomé salió del comedor. Mi tío dejó la taza de café y no volvió a tocarla. Después volvió a acordarse de mí, aunque no parecía estar escuchándome.
-Vicky, ¿estás tan contenta como tu prima o más?
Entonces, sonó su celular. Levantó una mano, como pidiéndome disculpas por la nueva interrupción, y respondió.
-Decime -Contestó, serio, al teléfono-. ¿Cómo? ¿Quién? -Del otro lado alguien le contaba algo que a mi tío no parecía gustarle-. Llego en veinte minutos y lo vemos. No hagas otra estupidez más. Esperame
Cortó el teléfono, miró la mesa, las tostadas, las galletitas, como buscando algo que le interesara, pero no lo encontró. Se puso de pie, se estiró el traje, y nos sonrió.
-Bueno, que lindo charlar con ustedes. Me alegra tanto verlas bien -Dijo, y después a Bruna-. Por favor, decile a tu madre que se ocupe de esta mujer -Dijo, señalando con la cabeza la puerta que comunicaba con la cocona-. Si vuelve a hacerme un café como este no quiero verla más. Hasta luego. Suerte
Y se fue. Pensé en Salomé, en la pobre Salomé, y en que lo parecía imposible -que alguien en esa casa me cayera peor que mi prima Bruna- acababa de suceder. Y en mi tía, que no había bajado a desayunar.
En el chico con el que había soñado anoche. Y en el café. ¿Qué problema tenía el café? Ninguno. Yo lo tomé. En esa casa el café no era el problema. El café estaba delicioso. Y pensé que, apenas un rato más tarde, iba a estar en la facultad. ¿Cómo sería este primer día tan esperado?
Primera Parte "Capítulo 7"
Amores Conectados.
"Como Alicia en el país
de las Maravillas"
Ni siquiera había empezado a anochecer, así que me levanté, fui hasta el baño que tenía en mi habitación (un lujo que nunca pensé que iba a poder darme), abrí la canilla para llenar la bañadera con agua caliente, y puse el tapón. Volví hasta mi cuarto, saqué del bolso el libro que estaba leyendo, y yo llevé conmigo hasta el baño.
Lo dejé sobre una banqueta que acerqué hasta la bañadera, un ritual que tenía desde que había aprendido a leer. Se senté sobre el inodoro mientras miraba el agua caer y la bañadera llenarse lentamente. El agua acariciaba el frío mármol blanco, hacía burbujas por la presión con la que salía desde la cascada en miniatura de la canilla. ¿Eran las palabras de mi tío, o qué? Sí, creo que sí. Las palabras de mi tío eran culpables de haberme dejado algo inquieta. ¿Por qué? Porque recordaba, con precisión, lo que mi prima Bruna decía en el sueño con voz metálica, casi diabólica: "Hágase su amigo, Sandoval". Y después, las palabras de mi tío. "Me alegra mucho tenerte en casa". Podía haber pasado eso que pasa a veces: uno sueña, y mete en el sueño cosas que pasan fuera del sueño. Si en la realidad alguien toca un timbre, en el sueño escuchamos un timbre. Y así. Si podía ser.
Me saqué la ropa, la apoyé en la silla, y me miré al espejo. ¿Quién era esta chica delgada, rubia, de ojos oscuros? ¿Y quién era el chico con el que ella, la del espejo, y yo, habíamos soñado? Apoyé las manos sobre mi pecho y me cubrí. Pensar en él, estando desnuda frente al espejo, me hizo sentir todavía más desnuda. Sentía que podía todavía verme desde algún lugar lejos de esa habitación que tenía que empezar a sentir como mía, pero que aún me resultaba por completo ajena. Apuré mis piernas dentro del agua -quemaba, tuve que hacer equilibrio en una pierna, intercalándolas, hasta que entibió un poco-, y luego todo mi cuerpo. Una ola de placer me recorrió entera. A pesar del calor, del verano, el agua caliente siempre me daba paz. Busqué mi libro y lo abrí al azar en cualquier página: otro ritual antiguo, que tenía desde hacía muchos años, y que hacía cada vez que quería que los libros me dijeran cosas, algo, como si fueran oráculos. La página que abrí esa tarde decía:
-¿Puede saberse quién eres tú? -Preguntó la Oruga. Alicia contestó, algo intimidada:
-La verdad, señora, es que en estos momentos no estoy muy segura de quién soy. El caso es que sé muy bien quién era esta mañana, cuando me levanté, pero desde entonces he debido sufrir varias transformaciones
-¿Qué es lo que tratas de decirme? -Dijo la Oruga con toda severidad- ¡Explícate, por favor!
-¡Esa es justamente la cuestión! -Exclamó Alicia-. No me puedo explicar a mí misma porque yo no soy yo, ¿se da cuenta?
Me quedé pensando en lo que había leído, con algo de sorpresa, aunque no tanta, porque no era la primera vez que los libros decían algo crucial, acertado, sobre lo que me pasaba. Exactamente así me sentía. ¿Quién era yo? Lo sabía, más o menos, hasta había llegado a la ciudad. Pero ahora me sentía muy perdida y sola. Dejé a Alicia y su país maravilloso sobre la banqueta, metí los brazos en el agua y me deslicé, despacio, con los ojos cerrados, hasta el fondo de la bañadera. Me quedé varios segundos a oscuras, contando en voz baja de uno hasta quince, escuchando el sonido apagado de mis movimientos subacuáticos, el sonido de mis manos acariciando mis piernas. Cuando llegué hasta quince, todavía bajo el agua abrí los ojos.
Si yo hubiese sido el corazón débil, creo, ahora estaría muerta. Porque cuando abrí los ojos descubrí una figura humana, con forma de mujer, parada al costado de la bañadera. Era Bruna. Sus ojos me escrutaban sobre el agua, con una sonrisa enorme y los brazos cruzados.
Salí debajo del agua rapidísimo, tosí, escupí el agua que había tragado por el susto, mientras me cubría con las manos y me arrinconaba en una esquina de la bañadera, intentando no resbalarle al tiempo que trataba que Bruna no me viera desuda. Quería saber que hacía mi prima en mi habitación, cómo había entrado sin que yo la escuchara, cómo había llegado tan rápido hasta ahí... ¿o estaba espiándome desde antes y yo no me había dado cuenta? Quería saber todo, pero las palabras no me salían. Estaba, todavía, demasiado asustada con su aparición.
-Parece que hubieras visto un fantasma -Dijo ella, irónica, y sonrió-
-¿Qué querés? -Respondí-
Fue lo primero que me salió. Ella me miró en silencio, respiró profundo, y buscó un lugar para sentarse. ¿Por qué se ponía tan cómoda? ¿O en la ciudad era costumbre meterse en el baño de otro como si fuera lo más normal del mundo? Bruna agarró mi libro, lo levantó, y lo miró por encima. Se sentó despacio sobre la banqueta, siempre sosteniendo el libro en sus manos.
-Si lo lees en español te perdes muchas cosas, prima. Este libro tiene un montón en chistes y juegos de palabras que son intraducibles -Dijo-. ¿En los colegios del campo enseñan inglés, o alguna lengua autóctona?
-Lenguas autóctonas -Dije, empezando a enojarme sutilmente-. Por ejemplo, aní tová tará -Inventé-. ¿Sabes que significa? -Me miró en silencio-. Significa "Andá yendo"
Bruna sonrió, complacida, al ver que yo también podía maltratarla. Me festejó el chiste con una carcajada falsa.
-Quiero que nos llevemos bien, prima. ¿Qué planes tenes hoy?
-Darme un baño, tranquila, sola
-Hoy hay una fiesta acá en casa -Dijo, y esperó a que yo dijera algo, pero no hablé-. Vienen unos amigos de papá con sus hijos. Mientras los ancianos cenan nosotros podemos jugar al ping pong en el playroom. Uno de los hijos tiene nuestra edad. Es algo tímido, pero es muy buen mozo
No terminaba de entender si Bruna estaba invitándome o no. Creo que ella tampoco terminaba de decidirlo.
-Bueno... -Dije-
-Bueno... -Dijo ella, y se puso de pie lentamente mirándome. Apoyó el libro otra vez sobre la banqueta-. Was it a cat I saw?
-¿Qué?
-Alicia dice eso en un momento. Creo que, después de mi mamá, sos la primera persona que conozco en mi vida que no sabe inglés. Va a ser mi caso de estudio -Dijo, divertida-
Me quedé callada, esperando a que terminara su exposición y de una vez por todas se fuera y me dejara tranquila.
-Es un palíndromo -Continuó-, es una frase que se lee igual de atrás que adelante. Como "ananá". Was it a cat I saw? -Dijo-. Como vos
-¿Cómo yo qué? -Pregunté-
Pero Bruna ya había salido del baño. Desde afuera, mientras se iba, escuché que decía:
-¡He visto un lindo gatito! -Y cerraba la puerta-
Dios mio. Había llegado a una casa de locos. Y tenía que vivir con ellos, por lo menos durante algunos meses más. No podía renunciar a todo antes de empezar, pero ya me sentía cansada, aturdida, y muy confundida. Salí del agua. Bruna había logrado sacarme las ganas de seguir en la bañadera, y además el agua había empezado a enfriarse. Me sequé rápido con la toalla.
Tejí mi pelo húmedo con mis manos, dándole forma, y estiré la piel bajo mis ojos con la yema de mis dedos.
Mientras me miraba al espejo, repetí:
-Was it a cat I saw?
En inglés perfecto, en ese acento que mis profesores calificaban como "británico", en esa lengua que mi padre había enseñado desde chica y que yo conocía a la perfección. Sí, no le había dicho a mi prima que sabía hablar inglés. ¿Por qué? No estoy segura. Tal vez porque ser del todo sinceros con las que nos inspiran desconfianza no es lo mas aconsejable.
"Como Alicia en el país
de las Maravillas"
Ni siquiera había empezado a anochecer, así que me levanté, fui hasta el baño que tenía en mi habitación (un lujo que nunca pensé que iba a poder darme), abrí la canilla para llenar la bañadera con agua caliente, y puse el tapón. Volví hasta mi cuarto, saqué del bolso el libro que estaba leyendo, y yo llevé conmigo hasta el baño.
Lo dejé sobre una banqueta que acerqué hasta la bañadera, un ritual que tenía desde que había aprendido a leer. Se senté sobre el inodoro mientras miraba el agua caer y la bañadera llenarse lentamente. El agua acariciaba el frío mármol blanco, hacía burbujas por la presión con la que salía desde la cascada en miniatura de la canilla. ¿Eran las palabras de mi tío, o qué? Sí, creo que sí. Las palabras de mi tío eran culpables de haberme dejado algo inquieta. ¿Por qué? Porque recordaba, con precisión, lo que mi prima Bruna decía en el sueño con voz metálica, casi diabólica: "Hágase su amigo, Sandoval". Y después, las palabras de mi tío. "Me alegra mucho tenerte en casa". Podía haber pasado eso que pasa a veces: uno sueña, y mete en el sueño cosas que pasan fuera del sueño. Si en la realidad alguien toca un timbre, en el sueño escuchamos un timbre. Y así. Si podía ser.
Me saqué la ropa, la apoyé en la silla, y me miré al espejo. ¿Quién era esta chica delgada, rubia, de ojos oscuros? ¿Y quién era el chico con el que ella, la del espejo, y yo, habíamos soñado? Apoyé las manos sobre mi pecho y me cubrí. Pensar en él, estando desnuda frente al espejo, me hizo sentir todavía más desnuda. Sentía que podía todavía verme desde algún lugar lejos de esa habitación que tenía que empezar a sentir como mía, pero que aún me resultaba por completo ajena. Apuré mis piernas dentro del agua -quemaba, tuve que hacer equilibrio en una pierna, intercalándolas, hasta que entibió un poco-, y luego todo mi cuerpo. Una ola de placer me recorrió entera. A pesar del calor, del verano, el agua caliente siempre me daba paz. Busqué mi libro y lo abrí al azar en cualquier página: otro ritual antiguo, que tenía desde hacía muchos años, y que hacía cada vez que quería que los libros me dijeran cosas, algo, como si fueran oráculos. La página que abrí esa tarde decía:
-¿Puede saberse quién eres tú? -Preguntó la Oruga. Alicia contestó, algo intimidada:
-La verdad, señora, es que en estos momentos no estoy muy segura de quién soy. El caso es que sé muy bien quién era esta mañana, cuando me levanté, pero desde entonces he debido sufrir varias transformaciones
-¿Qué es lo que tratas de decirme? -Dijo la Oruga con toda severidad- ¡Explícate, por favor!
-¡Esa es justamente la cuestión! -Exclamó Alicia-. No me puedo explicar a mí misma porque yo no soy yo, ¿se da cuenta?
Me quedé pensando en lo que había leído, con algo de sorpresa, aunque no tanta, porque no era la primera vez que los libros decían algo crucial, acertado, sobre lo que me pasaba. Exactamente así me sentía. ¿Quién era yo? Lo sabía, más o menos, hasta había llegado a la ciudad. Pero ahora me sentía muy perdida y sola. Dejé a Alicia y su país maravilloso sobre la banqueta, metí los brazos en el agua y me deslicé, despacio, con los ojos cerrados, hasta el fondo de la bañadera. Me quedé varios segundos a oscuras, contando en voz baja de uno hasta quince, escuchando el sonido apagado de mis movimientos subacuáticos, el sonido de mis manos acariciando mis piernas. Cuando llegué hasta quince, todavía bajo el agua abrí los ojos.
Si yo hubiese sido el corazón débil, creo, ahora estaría muerta. Porque cuando abrí los ojos descubrí una figura humana, con forma de mujer, parada al costado de la bañadera. Era Bruna. Sus ojos me escrutaban sobre el agua, con una sonrisa enorme y los brazos cruzados.
Salí debajo del agua rapidísimo, tosí, escupí el agua que había tragado por el susto, mientras me cubría con las manos y me arrinconaba en una esquina de la bañadera, intentando no resbalarle al tiempo que trataba que Bruna no me viera desuda. Quería saber que hacía mi prima en mi habitación, cómo había entrado sin que yo la escuchara, cómo había llegado tan rápido hasta ahí... ¿o estaba espiándome desde antes y yo no me había dado cuenta? Quería saber todo, pero las palabras no me salían. Estaba, todavía, demasiado asustada con su aparición.
-Parece que hubieras visto un fantasma -Dijo ella, irónica, y sonrió-
-¿Qué querés? -Respondí-
Fue lo primero que me salió. Ella me miró en silencio, respiró profundo, y buscó un lugar para sentarse. ¿Por qué se ponía tan cómoda? ¿O en la ciudad era costumbre meterse en el baño de otro como si fuera lo más normal del mundo? Bruna agarró mi libro, lo levantó, y lo miró por encima. Se sentó despacio sobre la banqueta, siempre sosteniendo el libro en sus manos.
-Si lo lees en español te perdes muchas cosas, prima. Este libro tiene un montón en chistes y juegos de palabras que son intraducibles -Dijo-. ¿En los colegios del campo enseñan inglés, o alguna lengua autóctona?
-Lenguas autóctonas -Dije, empezando a enojarme sutilmente-. Por ejemplo, aní tová tará -Inventé-. ¿Sabes que significa? -Me miró en silencio-. Significa "Andá yendo"
Bruna sonrió, complacida, al ver que yo también podía maltratarla. Me festejó el chiste con una carcajada falsa.
-Quiero que nos llevemos bien, prima. ¿Qué planes tenes hoy?
-Darme un baño, tranquila, sola
-Hoy hay una fiesta acá en casa -Dijo, y esperó a que yo dijera algo, pero no hablé-. Vienen unos amigos de papá con sus hijos. Mientras los ancianos cenan nosotros podemos jugar al ping pong en el playroom. Uno de los hijos tiene nuestra edad. Es algo tímido, pero es muy buen mozo
No terminaba de entender si Bruna estaba invitándome o no. Creo que ella tampoco terminaba de decidirlo.
-Bueno... -Dije-
-Bueno... -Dijo ella, y se puso de pie lentamente mirándome. Apoyó el libro otra vez sobre la banqueta-. Was it a cat I saw?
-¿Qué?
-Alicia dice eso en un momento. Creo que, después de mi mamá, sos la primera persona que conozco en mi vida que no sabe inglés. Va a ser mi caso de estudio -Dijo, divertida-
Me quedé callada, esperando a que terminara su exposición y de una vez por todas se fuera y me dejara tranquila.
-Es un palíndromo -Continuó-, es una frase que se lee igual de atrás que adelante. Como "ananá". Was it a cat I saw? -Dijo-. Como vos
-¿Cómo yo qué? -Pregunté-
Pero Bruna ya había salido del baño. Desde afuera, mientras se iba, escuché que decía:
-¡He visto un lindo gatito! -Y cerraba la puerta-
Dios mio. Había llegado a una casa de locos. Y tenía que vivir con ellos, por lo menos durante algunos meses más. No podía renunciar a todo antes de empezar, pero ya me sentía cansada, aturdida, y muy confundida. Salí del agua. Bruna había logrado sacarme las ganas de seguir en la bañadera, y además el agua había empezado a enfriarse. Me sequé rápido con la toalla.
Tejí mi pelo húmedo con mis manos, dándole forma, y estiré la piel bajo mis ojos con la yema de mis dedos.
Mientras me miraba al espejo, repetí:
-Was it a cat I saw?
En inglés perfecto, en ese acento que mis profesores calificaban como "británico", en esa lengua que mi padre había enseñado desde chica y que yo conocía a la perfección. Sí, no le había dicho a mi prima que sabía hablar inglés. ¿Por qué? No estoy segura. Tal vez porque ser del todo sinceros con las que nos inspiran desconfianza no es lo mas aconsejable.
Primera Parte "Capítulo 6"
Amores Conectados.
"El chico de mis sueños"
Esa tarde, la técnica que me había enseñado mi padre sólo funcionó, recordando con precisión impresionante el sueño que acababa de tener: yo estaba en mi habitación de Santa Elena, durmiendo, y me despertaba un ruido agudo, como el que hace una puerta oxidada al abrirse con el tiempo, o un águila cuando sale a cazar. El mismo tipo de zumbido agudo que había escuchado la noche antes de salir de Santa Elena, también en un sueño... En este otro, me levantaba despacio, e iba a oscuras hacia la puerta. Al atravesarla, ya no estaba en Santa Elena, sino en el pasillo azul de la casa de mis tíos. Veía el cuarto de Bruna al final del pasillo, con la puerta cerrada, y escuchaba unos ruidos extraños que venían desde adentro de la habitación y cuando llegaba abría la puerta, sin golpear. Mi prima Bruna estaba parada frente un espejo oval. Su cuerpo estaba de espaldas a mí, pero yo podía verla en el reflejo. Se cepillaba su largo pelo castaño mientras le hablaba a su reflejo como si se tratara de otra persona, con una voz metálica, completamente distinta a la suya.
-Veo que ya tiene a Victoria en su casa, Fernandez -Decía-. Muy bien hecho. Ahora, imagine que Victoria nos descubre Fernandez Si la chica encuentra el programa de José... Vaya ya mismo a saludar a su sobrina, Fernandez . Acerquesé a ella. Hágase su amigo. Gánese su confianza.
Asustada, yo dejaba escapar un ruido que advertía a Bruna de mi presencia. Mi prima giraba hacia mí, rapidísimo, y entonces podía verle la cara. Su verdadero rostro. No era Bruna... Era igual a ella, sí. Pero no era. La falsa Bruna me saltaba en encima para matarme, pero antes de que pudiera atraparme alguien me tomaba de la mano y me sacaba volando de la habitación.
Aparecía entonces en un descampado, sentada sobre un césped de un verde increíble, cruzada de piernas en posición india. Frente a mí, el chico que me había salvado me observaba con atención, como si yo fuera la primera mujer que veía en su vida. Y él tenía los ojos más impresionantes que yo había visto en la mía, color café.
Su nariz era recta y pronunciada; sus labios, suaves y carnosos.
Cuando sonreía, quedaba a la vista una dentadura de publicidad. Sus pómulos eran geométricos, preciosos, pero lo más espectacular que tenía el chico de mis sueños era el pelo, salvaje, de un negro intenso e infinito como la naturaleza, con sólo imaginar la sensación de mis dedos al acariciarlo se me cortaba la respiración. Sentí que era el mismo chico con el que había soñado antes de venir a la ciudad, el mismo que me había dicho que lo único que tenía que hacer era confiar en él.
-¿Me escuchas? -Me preguntaba él-. ¿Me escuchas...? ¿Me escuchas, Victoria...?
Desperté en ese momento, con el recuerdo vívido de todo lo que había visto y escucharlo en sueños, confundida, sabiendo que sólo había soñado, pero sintiendo en mi cuerpo los efectos bien reales de la inquietud, el temor y la fascinación que había sentido en el sueño. Me senté abruptamente cuando descubrí a mi tío Adolfo mirándome desde lo alto, parado al costado de mi cama.
-Victoria, sobrina. ¿Me escuchas? -Dijo-. Perdón que te despierte, quería saludarte
Se agachó hasta acercarse a mí y me dio un beso en la mejilla.
-¿Cómo fue el viaje?
-Bien -Respondí-
-Me alegro. Me alegra mucho tenerte en casa
Dijo, y sonrió. Yo le devolví la sonrisa, pero un escalofrío me recorrió por la espalda.
"El chico de mis sueños"
Esa tarde, la técnica que me había enseñado mi padre sólo funcionó, recordando con precisión impresionante el sueño que acababa de tener: yo estaba en mi habitación de Santa Elena, durmiendo, y me despertaba un ruido agudo, como el que hace una puerta oxidada al abrirse con el tiempo, o un águila cuando sale a cazar. El mismo tipo de zumbido agudo que había escuchado la noche antes de salir de Santa Elena, también en un sueño... En este otro, me levantaba despacio, e iba a oscuras hacia la puerta. Al atravesarla, ya no estaba en Santa Elena, sino en el pasillo azul de la casa de mis tíos. Veía el cuarto de Bruna al final del pasillo, con la puerta cerrada, y escuchaba unos ruidos extraños que venían desde adentro de la habitación y cuando llegaba abría la puerta, sin golpear. Mi prima Bruna estaba parada frente un espejo oval. Su cuerpo estaba de espaldas a mí, pero yo podía verla en el reflejo. Se cepillaba su largo pelo castaño mientras le hablaba a su reflejo como si se tratara de otra persona, con una voz metálica, completamente distinta a la suya.
-Veo que ya tiene a Victoria en su casa, Fernandez -Decía-. Muy bien hecho. Ahora, imagine que Victoria nos descubre Fernandez Si la chica encuentra el programa de José... Vaya ya mismo a saludar a su sobrina, Fernandez . Acerquesé a ella. Hágase su amigo. Gánese su confianza.
Asustada, yo dejaba escapar un ruido que advertía a Bruna de mi presencia. Mi prima giraba hacia mí, rapidísimo, y entonces podía verle la cara. Su verdadero rostro. No era Bruna... Era igual a ella, sí. Pero no era. La falsa Bruna me saltaba en encima para matarme, pero antes de que pudiera atraparme alguien me tomaba de la mano y me sacaba volando de la habitación.
Aparecía entonces en un descampado, sentada sobre un césped de un verde increíble, cruzada de piernas en posición india. Frente a mí, el chico que me había salvado me observaba con atención, como si yo fuera la primera mujer que veía en su vida. Y él tenía los ojos más impresionantes que yo había visto en la mía, color café.
Su nariz era recta y pronunciada; sus labios, suaves y carnosos.
Cuando sonreía, quedaba a la vista una dentadura de publicidad. Sus pómulos eran geométricos, preciosos, pero lo más espectacular que tenía el chico de mis sueños era el pelo, salvaje, de un negro intenso e infinito como la naturaleza, con sólo imaginar la sensación de mis dedos al acariciarlo se me cortaba la respiración. Sentí que era el mismo chico con el que había soñado antes de venir a la ciudad, el mismo que me había dicho que lo único que tenía que hacer era confiar en él.
-¿Me escuchas? -Me preguntaba él-. ¿Me escuchas...? ¿Me escuchas, Victoria...?
Desperté en ese momento, con el recuerdo vívido de todo lo que había visto y escucharlo en sueños, confundida, sabiendo que sólo había soñado, pero sintiendo en mi cuerpo los efectos bien reales de la inquietud, el temor y la fascinación que había sentido en el sueño. Me senté abruptamente cuando descubrí a mi tío Adolfo mirándome desde lo alto, parado al costado de mi cama.
-Victoria, sobrina. ¿Me escuchas? -Dijo-. Perdón que te despierte, quería saludarte
Se agachó hasta acercarse a mí y me dio un beso en la mejilla.
-¿Cómo fue el viaje?
-Bien -Respondí-
-Me alegro. Me alegra mucho tenerte en casa
Dijo, y sonrió. Yo le devolví la sonrisa, pero un escalofrío me recorrió por la espalda.
Primera Parte "Capítulo 5"
Amores Conectados.
"Primas"
El auto de Lucrecia atravesó barrios oscuros (en los que las fachadas de las casas ya ni siquiera soñaban con alguien les levantara la autoestima con una mano de pintura) hasta llegar a su barrio, que quedaba a sólo quince minutos de las zonas más pobres pero parecía pertenecer a otra ciudad diferente. Contrariamente a lo que pasa en un pueblo (donde todo se parece), la constante en la ciudad parecía ser la diferencia, lo inesperado. Este pensamiento volvió a despertar la inquietud y las expectativas. Si en la ciudad todo era tan diferente, entonces cualquier cosa podía pasar. Yo podía ser completamente anónima, mezclarme entre miles de personas diversas sin llamar ni un poco la atención. Era liberador pensar que algo así era posible, sobre todo para alguien como yo, de un pueblo chico en el que todo el mundo está al tanto de la vida de todo el mundo. Acá no. Acá uno podía tomar decisiones y esas decisiones podían llevarte a cualquier lado: al barrio peligroso, al barrio de los aburridos, de los exitosos, de los que no saben que qué barrio quieren vivir... Y si tenías suerte podías terminar en el barrio en el que vivían mis tíos, repleto de árboles, con calles empedradas, y casas que sólo se ven (al menos yo) en revistas de decoración.
En este barrio, la casa más chica tenía dos pisos de altura, y las de mis tíos no era la más chica. La entrada para los que llegaban a pie estaba cercada por dos grandes columnas que recordaban a las imágenes de templos griegos que había aprendido en el colegio.
Unas rejas altísimas custodiaban la propiedad, que tenía a la vista un jardín muy cuidado en el frente y otro, imaginé, mucho mayor en el fondo. Lucrecia apretó un botón desde su auto y la reja empezó a abrirse, silenciosa, dándonos paso al garaje que estaba en el subsuelo y en el que descansaban otros tres autos.
-¿Sabes manejar? -Le pregunté a Bruna mientras Lucrecia estacionaba-
-Estoy aprendiendo, ¿por? -Me respondió-
Lucrecia apagó el auto y bajamos. Con otro botón abrió la puerta del baúl del coche. Bruna y yo fuimos a buscar mis valijas. Lucrecia se acomodaba el trajecito, que se le había arrugado un poco.
-Por todos estos autos. Pensé que uno era tuyo
-Si, uno es de Bruna: este -Dijo Lucrecia, y señaló un auto gris, moderno, que parecía no haber sido usado nunca-, pero hasta que no cumpla los dieciocho años Adolfo no la deja manejar sola. Se lo maneja el chófer, Chimmy
-¿Por qué te haces la que sabes hablar ingles si no sabes, mamá? -Dijo Bruna- Se dice Jimmy, no Chimmy. Jimmy. El chófer no se llama Jimmy, se llama Jonathan.
-Chimmy, Chonatha, Chonni... es lo mismo, Brunita. El chófer se llama como yo diga que se llama
Tuve que contener la risa. Bruna, en cambio, pareció irritarse. Sacó la valija con fuerza del baúl y se la llevó para adentro. Lucrecia hizo un gesto para que la siguiera. Subimos una escalera y al abrir una puerta estábamos en el living, que era más grande que toda mi casa de Santa Elena. Recordé una frase que había escuchado una vez: "Casi nadie se hace rico honestamente". La recordé mientras observaba las arañas con caireles, los espejos de marcos dorados, los cuadros, los dos sillones enfrentados, de cuero cuerpos cada uno, la chimenea apagada... Toda esa opulencia me hacía pensar la frase. Casi nadie se hace rico honestamente... ¿Sería cierto? ¿Sería el tío Adolfo la excepción? ¿O cómo había ganado esa plata?
-¡Prima! -La voz de Bruna llegó hasta el living desde algún lugar alejado de la casa; sonaba divertido- ¡Vení que te muestro tu cuarto nuevo! ¡Subí! ¡Dale! ¡Apurate!
-Si, apurate porque hasta que no vayas no va a dejar de gritar... -Me dijo Lucrecia, y luego gritó hacia arriba, hacia donde estaba su hija- Bruna pliiiiiissssss, ¡tengo jaqueca!
Después de eso, atravesó una de las puertas del living y desapareció. Quedé sola. Bruna volvió a gritar, esta vez mi nombre. Subí la escalera y seguí el pasillo hasta llegar, un poco intuitivamente, hasta que a partir de ese día seria mi habitación. Tendría por lo menos seis metros por seis, una cama doble (para mí sola), un escritorio antiguo de madera, un placard en el que podría haber entrado toda la ropa que tuve en mi vida (desde mi nacimiento), un baño en suite, y una ventana muy grande que daba al jardín. Iluminada por la luz de ese día soleado y caluroso, Bruna me sonreía sentada en el sillón de terciopelo violeta que completaba la decoración y que estaba bajo la ventana.
-Me pregunto si te mereces todo esto, prima Victoria -Me dijo-
El brillo de sus ojos atravesó como una puntada. De pronto Bruna ya no parecía esa chica simpática dispuesta a ayudarme con el equipaje. Un aura de maldad parecía haberse apoderado de ella. Me quedé en silencio unos segundos, hasta que volvió a sonreír y se puso de pie.
-¿No vas a desarmar las valijas?
-Si. Después de darme un baño
-Este escritorio lo usaba yo, cuando iba al colegio -Acarició la superficie de madera, como si guardase muchos sentimientos hacia aquel mueble- Pedí que lo pusieran en este cuarto especialmente para vos. ¿Te gusta?
-Si
Se quedó mirándome en silencio. Después miró hacia la puerta abierta de la habitación y dejó que la mirada se le nublara, haciendo foco en todo y nada a la vez.
-Ta te diste cuenta, ¿no?
-¿De qué? -Pregunté-
-De que mi mamá es una tarada
Cuando terminó de decir esto hizo foco en mí, con interés, esperando que le devolviera algún comentario. Pero yo volví a quedarme en silencio. ¿Qué podía responderle? La tía Lucrecia no era precisamente una luz, era cierto, pero parecía tener ese tipo de inteligencia más práctica, el tipo de inteligencia que tienen las personas que saben conseguir lo que quieren conseguir. Según mi primera impresión, lo que la tía Lucrecia quería (autos caros, joyas, zapatos...), lo tenía. Así que había que ser cuidadoso antes de subestimarla. Además, nunca le hubiera respondido a Bruna.
"Sí, me di cuenta", aunque pensara eso. Me pareció que mi prima no estaba siendo del todo sincera conmigo, que me estaba probando. Y creo que ella se aburrió de mi silencio, porque de pronto empezó a caminar hacia la puerta. Antes de salir, giró hacia mí y me miró a los ojos.
-El cuarto al final del pasillo es el mío -Dijo, con una sonrisa. Y agregó- Nunca se te ocurra entrar sin golpear. Nos vemos, primita
Y se fue. Apoyé mi cuerpo en la cama. Todo el cansancio del viaje parecía haber caído sobre mí como un avión estrellado. Miré al través de la ventana y sonreí al descubrir que era lo que iba a ver cada noche y mañana desde mi nueva cama: dos grandes álamos. Igual que en Santa Elena: esos dos grandes álamos. Estiré la espalda sobre el colchón y cerré los ojos. Sentí el nudo de la angustia apretarme el pecho.
¿Por qué, exactamente, tenía ganas de llorar? Intenté evocar recuerdos lindos, o situaciones inventadas en lasque me pasaran cosas agradables. Mucho antes de abandonarnos, cuando yo todavía era una nena, papá me había enseñado una técnica. Era una técnica muy buena para alejar las pesadillas. ¿Funcionaria esta vez?
"Primas"
El auto de Lucrecia atravesó barrios oscuros (en los que las fachadas de las casas ya ni siquiera soñaban con alguien les levantara la autoestima con una mano de pintura) hasta llegar a su barrio, que quedaba a sólo quince minutos de las zonas más pobres pero parecía pertenecer a otra ciudad diferente. Contrariamente a lo que pasa en un pueblo (donde todo se parece), la constante en la ciudad parecía ser la diferencia, lo inesperado. Este pensamiento volvió a despertar la inquietud y las expectativas. Si en la ciudad todo era tan diferente, entonces cualquier cosa podía pasar. Yo podía ser completamente anónima, mezclarme entre miles de personas diversas sin llamar ni un poco la atención. Era liberador pensar que algo así era posible, sobre todo para alguien como yo, de un pueblo chico en el que todo el mundo está al tanto de la vida de todo el mundo. Acá no. Acá uno podía tomar decisiones y esas decisiones podían llevarte a cualquier lado: al barrio peligroso, al barrio de los aburridos, de los exitosos, de los que no saben que qué barrio quieren vivir... Y si tenías suerte podías terminar en el barrio en el que vivían mis tíos, repleto de árboles, con calles empedradas, y casas que sólo se ven (al menos yo) en revistas de decoración.
En este barrio, la casa más chica tenía dos pisos de altura, y las de mis tíos no era la más chica. La entrada para los que llegaban a pie estaba cercada por dos grandes columnas que recordaban a las imágenes de templos griegos que había aprendido en el colegio.
Unas rejas altísimas custodiaban la propiedad, que tenía a la vista un jardín muy cuidado en el frente y otro, imaginé, mucho mayor en el fondo. Lucrecia apretó un botón desde su auto y la reja empezó a abrirse, silenciosa, dándonos paso al garaje que estaba en el subsuelo y en el que descansaban otros tres autos.
-¿Sabes manejar? -Le pregunté a Bruna mientras Lucrecia estacionaba-
-Estoy aprendiendo, ¿por? -Me respondió-
Lucrecia apagó el auto y bajamos. Con otro botón abrió la puerta del baúl del coche. Bruna y yo fuimos a buscar mis valijas. Lucrecia se acomodaba el trajecito, que se le había arrugado un poco.
-Por todos estos autos. Pensé que uno era tuyo
-Si, uno es de Bruna: este -Dijo Lucrecia, y señaló un auto gris, moderno, que parecía no haber sido usado nunca-, pero hasta que no cumpla los dieciocho años Adolfo no la deja manejar sola. Se lo maneja el chófer, Chimmy
-¿Por qué te haces la que sabes hablar ingles si no sabes, mamá? -Dijo Bruna- Se dice Jimmy, no Chimmy. Jimmy. El chófer no se llama Jimmy, se llama Jonathan.
-Chimmy, Chonatha, Chonni... es lo mismo, Brunita. El chófer se llama como yo diga que se llama
Tuve que contener la risa. Bruna, en cambio, pareció irritarse. Sacó la valija con fuerza del baúl y se la llevó para adentro. Lucrecia hizo un gesto para que la siguiera. Subimos una escalera y al abrir una puerta estábamos en el living, que era más grande que toda mi casa de Santa Elena. Recordé una frase que había escuchado una vez: "Casi nadie se hace rico honestamente". La recordé mientras observaba las arañas con caireles, los espejos de marcos dorados, los cuadros, los dos sillones enfrentados, de cuero cuerpos cada uno, la chimenea apagada... Toda esa opulencia me hacía pensar la frase. Casi nadie se hace rico honestamente... ¿Sería cierto? ¿Sería el tío Adolfo la excepción? ¿O cómo había ganado esa plata?
-¡Prima! -La voz de Bruna llegó hasta el living desde algún lugar alejado de la casa; sonaba divertido- ¡Vení que te muestro tu cuarto nuevo! ¡Subí! ¡Dale! ¡Apurate!
-Si, apurate porque hasta que no vayas no va a dejar de gritar... -Me dijo Lucrecia, y luego gritó hacia arriba, hacia donde estaba su hija- Bruna pliiiiiissssss, ¡tengo jaqueca!
Después de eso, atravesó una de las puertas del living y desapareció. Quedé sola. Bruna volvió a gritar, esta vez mi nombre. Subí la escalera y seguí el pasillo hasta llegar, un poco intuitivamente, hasta que a partir de ese día seria mi habitación. Tendría por lo menos seis metros por seis, una cama doble (para mí sola), un escritorio antiguo de madera, un placard en el que podría haber entrado toda la ropa que tuve en mi vida (desde mi nacimiento), un baño en suite, y una ventana muy grande que daba al jardín. Iluminada por la luz de ese día soleado y caluroso, Bruna me sonreía sentada en el sillón de terciopelo violeta que completaba la decoración y que estaba bajo la ventana.
-Me pregunto si te mereces todo esto, prima Victoria -Me dijo-
El brillo de sus ojos atravesó como una puntada. De pronto Bruna ya no parecía esa chica simpática dispuesta a ayudarme con el equipaje. Un aura de maldad parecía haberse apoderado de ella. Me quedé en silencio unos segundos, hasta que volvió a sonreír y se puso de pie.
-¿No vas a desarmar las valijas?
-Si. Después de darme un baño
-Este escritorio lo usaba yo, cuando iba al colegio -Acarició la superficie de madera, como si guardase muchos sentimientos hacia aquel mueble- Pedí que lo pusieran en este cuarto especialmente para vos. ¿Te gusta?
-Si
Se quedó mirándome en silencio. Después miró hacia la puerta abierta de la habitación y dejó que la mirada se le nublara, haciendo foco en todo y nada a la vez.
-Ta te diste cuenta, ¿no?
-¿De qué? -Pregunté-
-De que mi mamá es una tarada
Cuando terminó de decir esto hizo foco en mí, con interés, esperando que le devolviera algún comentario. Pero yo volví a quedarme en silencio. ¿Qué podía responderle? La tía Lucrecia no era precisamente una luz, era cierto, pero parecía tener ese tipo de inteligencia más práctica, el tipo de inteligencia que tienen las personas que saben conseguir lo que quieren conseguir. Según mi primera impresión, lo que la tía Lucrecia quería (autos caros, joyas, zapatos...), lo tenía. Así que había que ser cuidadoso antes de subestimarla. Además, nunca le hubiera respondido a Bruna.
"Sí, me di cuenta", aunque pensara eso. Me pareció que mi prima no estaba siendo del todo sincera conmigo, que me estaba probando. Y creo que ella se aburrió de mi silencio, porque de pronto empezó a caminar hacia la puerta. Antes de salir, giró hacia mí y me miró a los ojos.
-El cuarto al final del pasillo es el mío -Dijo, con una sonrisa. Y agregó- Nunca se te ocurra entrar sin golpear. Nos vemos, primita
Y se fue. Apoyé mi cuerpo en la cama. Todo el cansancio del viaje parecía haber caído sobre mí como un avión estrellado. Miré al través de la ventana y sonreí al descubrir que era lo que iba a ver cada noche y mañana desde mi nueva cama: dos grandes álamos. Igual que en Santa Elena: esos dos grandes álamos. Estiré la espalda sobre el colchón y cerré los ojos. Sentí el nudo de la angustia apretarme el pecho.
¿Por qué, exactamente, tenía ganas de llorar? Intenté evocar recuerdos lindos, o situaciones inventadas en lasque me pasaran cosas agradables. Mucho antes de abandonarnos, cuando yo todavía era una nena, papá me había enseñado una técnica. Era una técnica muy buena para alejar las pesadillas. ¿Funcionaria esta vez?
sábado, 2 de noviembre de 2013
Primera Parte "Capítulo 4"
Amores Conectados
"Lucrecia y Bruna"
Recién había terminado de bajar del micro cuando escuché una voz de mujer a mis espaldas.
-¡Querida! -Dijo-
Intuí que podía ser mi tía, pero no podía estar segura, no tenía incorporado el timbre (bastante agudo) de su voz. Me di vuelta para ver si me hablaban a mí.
Ahí estaban. Tía Lucrecia, y Bruna, casi iguales como las recordaba por fotos. Lucrecia me agarró la cara con sus manos, sonrió, me dio un beso en la mejilla.
-Estas enorme, querida... -Me miró a los ojos, luego a los a pies, las sandalias rojas, y otra vez a los ojos- Menos linda que cuando eras chiquita, pero linda
Y se rió, haciendo pasar su comentario por un chiste. Fue una sonrisa algo tensa, no sé si porque no estaba tan feliz de que me mudara a su casa, o por las cirugías que seguramente se había hecho para aparentar algunos años menos. En sus manos que cruzó por delante del pecho mientras me observaba terminar de bajar el equipaje del micro, habría al menos siete anillos, uno más brillante que el otro. De sus orejas colgaban dos aros que imaginé de plomo. ¿Cómo hacía para cargar todo ese peso? Bruna se me acercó y agarró la valija más chica.
-Qué divertido -Me dijo-. Tener una prima en mi casa
Le agradecí su ayuda. Mientras nos abríamos paso entre la multitud para llegar al auto, pensé en lo que acababa de decirme. Tener a mi prima, en mi casa. Su casa. Tal vez yo estaba un poquito angustiada con la mudanza y entonces me ponía sensible de más.
Puede ser. Pero el chiste de mi tía, sumado a eso de "mi casa" que había dicho Bruna... dos comentarios que no me traían buenos augurios. Lo que había dicho Bruna había sonado como una especie de advertencia. "Vas a vivir acá, pero nunca vas a sentirte como en tu casa porque esta es mi casa". Me sentía, además, una especie de atracción turística, la pueblerina de paseo en la ciudad... Por eso Bruna le parecía "divertido" tenerme en su casa... Tal vez era yo, que me ponía sensible de más. Puede ser. Pero, no sé... No me sentí precisamente bienvenida.
-¿Y el tío? -Pregunté desde el asiento trasero del auto mientras me frotaba los brazos con la palma de las manos para darme un poco de calor-
Mi tía había prendido el aire acondicionado al máximo, como si estuviera preparándose para la tercera edad en Siberia.
-Quería venir, pero está ocupadísimo. Ocupadísimo, en serio. No vive. Trabaja -Respondió Lucrecia, mirándome un segundo por el espejo retrovisor- Te mandó un beso
Y volvió a sonreír. Parecía usar la sonrisa como el punto final de la oraciación.
-Sigue ocupándose en quiebras y remates? -Pregunté-
Yo sabía que eso es lo que hacía el tío Adolfo porque mamá me lo había contado. Mi tía me miró sorprendida, como si esa pregunta estuviera completamente fuera de lugar en una chica de mi edad. Las chicas de mi edad, para mi tía debían preocuparse tan sólo tener bien acomodado el pelo y bien pintadas las uñas. En realidad, tal vez pensara que no sólo las chicas de mi edad, si no todas las chicas, de cualquier edad, debían preocuparse tan sólo por tener bien acomodado el pelo y bien pintadas las uñas.
-Si -Dijo, algunas dudas-, creo que sí...
No hablamos mucho de su trabajo, es un tema que me resulta tremendamente aburrido... Mientras lo haga bien, a mí no me importa qué hace.
Se río fuertísimo, como si acabara de decir algo muy gracioso. Miré a Bruna por el espejo. Había girado la cabeza hacia la ventana, pensé que la tía Lucrecia (es decir, su madre) le daba vergüenza.
-¿Viajaste bien? -Dijo mi primo-
-Si -Dije yo-
-¿Estás cansada? -Dijo mi prima-
-Dormí un poco -Dije yo-
-Igualito a Santa Elena, ¿no? -Dijo mi prima, mirando a través del vidrio la avenida cargada de autos-
No respondí. ¿Qué iba a decir? Bruna giró la cabeza y me miró con una sonrisa que podía significar complicidad, o simpatía, pero también burla. Burla hacia mí, la pueblerina, deslumbrada con la ciudad y su tamaño. El resto del viaje tampoco fue muy agradable. Predominó el silencio, interrumpido de tanto en tanto por algunos insultos que mi tía les dedicaba a otros conductores, peatones, chicos en moto, e incluso a algunos semáforos que se ponían en rojo justo antes de que ella llegara a cruzarlos, como si fuera algo personal.
-Odio el transito del centro. Si fuera por mí no vendría nunca, nunca. Es un horror -Dijo-
-Dicen que el Derecho es una carrera difícil... -Comentó Bruna sin mirarme-. Yo la imagino difícil. Y aburrida. ¿Vas a poder estudiarte el Código Civil de memoria?
Ella se rió, yo sonreí. Mi prima, me pareció, estaba contenta de tener visitas, pero también estaba un poco celosa. Igual, empezaba a parecerme, tenía sentido del humor. Y eso podía llegar a acercarnos y hacer más agradable la estadía en su casa.
-De chiquita era muy buena aprendiéndome de memoria las canciones del jardín de infantes... -Dije-. El Código Civil no puede ser mucho más largo, ¿no? -Agregué, y nos reímos las dos-
Sí. Tal vez mi prima Bruna y yo, sólo tal vez, podíamos llegar a hacernos amigas. Lucrecia seguía concentrada en el tránsito, y aprovechaba los semáforos para chequear en el espejo retrovisor que no se le hubiera corrido el maquillaje. Todo parecía muy moderno, rápido y extraño. ¿Qué futuro me esperaba? ¿Me adaptaría a mi nueva vida? Lo que no recordamos, de alguna manera, no pasó nunca, lo que sentimos siempre es real. Y esa tarde, en el auto que me llevaba a mi nueva casa, sentí que no tenía respuestas certeras a mis preguntas. Pero algo adentro mío me hacía creer que el futuro inmediato me deparaba algunas sorpresas.
Les dejo un adelanto:
Victoria y Marcos se conocen en el capítulo 20.
"Lucrecia y Bruna"
Recién había terminado de bajar del micro cuando escuché una voz de mujer a mis espaldas.
-¡Querida! -Dijo-
Intuí que podía ser mi tía, pero no podía estar segura, no tenía incorporado el timbre (bastante agudo) de su voz. Me di vuelta para ver si me hablaban a mí.
Ahí estaban. Tía Lucrecia, y Bruna, casi iguales como las recordaba por fotos. Lucrecia me agarró la cara con sus manos, sonrió, me dio un beso en la mejilla.
-Estas enorme, querida... -Me miró a los ojos, luego a los a pies, las sandalias rojas, y otra vez a los ojos- Menos linda que cuando eras chiquita, pero linda
Y se rió, haciendo pasar su comentario por un chiste. Fue una sonrisa algo tensa, no sé si porque no estaba tan feliz de que me mudara a su casa, o por las cirugías que seguramente se había hecho para aparentar algunos años menos. En sus manos que cruzó por delante del pecho mientras me observaba terminar de bajar el equipaje del micro, habría al menos siete anillos, uno más brillante que el otro. De sus orejas colgaban dos aros que imaginé de plomo. ¿Cómo hacía para cargar todo ese peso? Bruna se me acercó y agarró la valija más chica.
-Qué divertido -Me dijo-. Tener una prima en mi casa
Le agradecí su ayuda. Mientras nos abríamos paso entre la multitud para llegar al auto, pensé en lo que acababa de decirme. Tener a mi prima, en mi casa. Su casa. Tal vez yo estaba un poquito angustiada con la mudanza y entonces me ponía sensible de más.
Puede ser. Pero el chiste de mi tía, sumado a eso de "mi casa" que había dicho Bruna... dos comentarios que no me traían buenos augurios. Lo que había dicho Bruna había sonado como una especie de advertencia. "Vas a vivir acá, pero nunca vas a sentirte como en tu casa porque esta es mi casa". Me sentía, además, una especie de atracción turística, la pueblerina de paseo en la ciudad... Por eso Bruna le parecía "divertido" tenerme en su casa... Tal vez era yo, que me ponía sensible de más. Puede ser. Pero, no sé... No me sentí precisamente bienvenida.
-¿Y el tío? -Pregunté desde el asiento trasero del auto mientras me frotaba los brazos con la palma de las manos para darme un poco de calor-
Mi tía había prendido el aire acondicionado al máximo, como si estuviera preparándose para la tercera edad en Siberia.
-Quería venir, pero está ocupadísimo. Ocupadísimo, en serio. No vive. Trabaja -Respondió Lucrecia, mirándome un segundo por el espejo retrovisor- Te mandó un beso
Y volvió a sonreír. Parecía usar la sonrisa como el punto final de la oraciación.
-Sigue ocupándose en quiebras y remates? -Pregunté-
Yo sabía que eso es lo que hacía el tío Adolfo porque mamá me lo había contado. Mi tía me miró sorprendida, como si esa pregunta estuviera completamente fuera de lugar en una chica de mi edad. Las chicas de mi edad, para mi tía debían preocuparse tan sólo tener bien acomodado el pelo y bien pintadas las uñas. En realidad, tal vez pensara que no sólo las chicas de mi edad, si no todas las chicas, de cualquier edad, debían preocuparse tan sólo por tener bien acomodado el pelo y bien pintadas las uñas.
-Si -Dijo, algunas dudas-, creo que sí...
No hablamos mucho de su trabajo, es un tema que me resulta tremendamente aburrido... Mientras lo haga bien, a mí no me importa qué hace.
Se río fuertísimo, como si acabara de decir algo muy gracioso. Miré a Bruna por el espejo. Había girado la cabeza hacia la ventana, pensé que la tía Lucrecia (es decir, su madre) le daba vergüenza.
-¿Viajaste bien? -Dijo mi primo-
-Si -Dije yo-
-¿Estás cansada? -Dijo mi prima-
-Dormí un poco -Dije yo-
-Igualito a Santa Elena, ¿no? -Dijo mi prima, mirando a través del vidrio la avenida cargada de autos-
No respondí. ¿Qué iba a decir? Bruna giró la cabeza y me miró con una sonrisa que podía significar complicidad, o simpatía, pero también burla. Burla hacia mí, la pueblerina, deslumbrada con la ciudad y su tamaño. El resto del viaje tampoco fue muy agradable. Predominó el silencio, interrumpido de tanto en tanto por algunos insultos que mi tía les dedicaba a otros conductores, peatones, chicos en moto, e incluso a algunos semáforos que se ponían en rojo justo antes de que ella llegara a cruzarlos, como si fuera algo personal.
-Odio el transito del centro. Si fuera por mí no vendría nunca, nunca. Es un horror -Dijo-
-Dicen que el Derecho es una carrera difícil... -Comentó Bruna sin mirarme-. Yo la imagino difícil. Y aburrida. ¿Vas a poder estudiarte el Código Civil de memoria?
Ella se rió, yo sonreí. Mi prima, me pareció, estaba contenta de tener visitas, pero también estaba un poco celosa. Igual, empezaba a parecerme, tenía sentido del humor. Y eso podía llegar a acercarnos y hacer más agradable la estadía en su casa.
-De chiquita era muy buena aprendiéndome de memoria las canciones del jardín de infantes... -Dije-. El Código Civil no puede ser mucho más largo, ¿no? -Agregué, y nos reímos las dos-
Sí. Tal vez mi prima Bruna y yo, sólo tal vez, podíamos llegar a hacernos amigas. Lucrecia seguía concentrada en el tránsito, y aprovechaba los semáforos para chequear en el espejo retrovisor que no se le hubiera corrido el maquillaje. Todo parecía muy moderno, rápido y extraño. ¿Qué futuro me esperaba? ¿Me adaptaría a mi nueva vida? Lo que no recordamos, de alguna manera, no pasó nunca, lo que sentimos siempre es real. Y esa tarde, en el auto que me llevaba a mi nueva casa, sentí que no tenía respuestas certeras a mis preguntas. Pero algo adentro mío me hacía creer que el futuro inmediato me deparaba algunas sorpresas.
Les dejo un adelanto:
Victoria y Marcos se conocen en el capítulo 20.
viernes, 1 de noviembre de 2013
Primera Parte "Capítulo 3"
Amores Conectados
"La llegada"
En el asiento de al lado del micro en el micro se había sentado un chico que había subido dos pueblos después que yo y que lo único que hacía era jugar con el celular. Pensé en pedirle que apagara el aparato, o decirle que al menos tuviera la delicadeza de jugar en modo silencioso: en modo silencioso el celular, y en modo silencioso él, que no paraba de lamentarse o festejar en voz alta de a acuerdo de como le iba el partido. La verdad, no me interesaba estar al tanto de cuántos goles le hacían sus contrincantes. Pero cuando le hablé él pensó que yo quería hacerme un amigo nuevo y se puso a hablar. Tenía trece años, estaba viajando solo, su abuela iba a ir a buscarlo a la terminal cuando llegáramos. Dijo que iba a vivir con ella porque sus padres viajaban por trabajo un año entero y no podían llevarlo con ellos.
-¿Son corresponsables de guerra, espías, o qué? -Le pregunté, con interés verdadero y un poco de ironía-
No me entraba en la cabeza que unos padres no pudieran llevarse a su hijo, a no ser que se tratara de algo realmente peligroso. Tal vez mi pregunta estuvo un poco fuera de lugar, porque el chico se puso pálido y no me respondió. Me sentí una idiota por haberle hecho el comentario así y decidí no decirle nada del ruido que estaba haciendo con el celular. Volví a mirar la llanura a través de la ventanilla del micro, él volvió a su juego. Sentí pena; creo que también me sentí un poco identificada. Lamentablemente, yo sabía perfectamente bien cómo se sentía que tus padres te abandonaran. Mi papá nos había dejado solas, a mamá y a mí, algunos años atrás. A veces pensaba que si algún día lo entendía por qué lo había hecho tal vez podía llegar a perdonarlo.
En algún momento el cansancio me había vencido. Cuando desperté, ya estábamos casi llegando a la ciudad. Dicen que cada vez que dormimos soñamos. Siempre. Aunque eso fuera cierto, si al despertar no recordamos nada (como me pasó cuando desperté en el micro ese día) es como si no hubiéramos soñado. Todo lo que no recordamos, de alguna manera, no pasó. Pero todo lo que experimentamos, lo que sentimos, siempre es real. Por eso supe que la ciudad iba a querer aplastarme, como dice mamá, que hacía yo con las hormigas cuando tenía dos años, y que para salir viva de ese lugar iba a tener que hacerme todavía más fuerte.
Me desperté de un sacudón en el asiento del micro, las bocinas del millón de autos que intentaban bajar a la vez en una de las salidas de la autopista me hicieron creer, por un momento, que nuestras vidas estaban en peligro. Pero no, era la forma normal en que la gente de la ciudad se comportaba, energética, envidiosa, como si hubiesen pasado una semana atascados en esa salida de la autopista y ya hubieran perdido la paciencia. Miré al asiento del chico, para ver si a él también le molestaban tanto como a mí los bocinazos, pero dormía. El micro siguió de largo y atravesó un puente sobre el río que bordeaba la ciudad. Bien, cerca de nosotros estaba el puerto, en el que se apilaban montones de containers azules, amarillos y verdes, que desde la altura a la que estábamos parecían cajas de zapatos. Atrás del puerto continuaba la línea de la costa, poblada de edificios modernos bajos intercalados con algunos rascacielos. Un barco se movía despacio en el agua, en el medio de todo ese desorden (o ese orden que yo todavía no llegaba a comprender), como si estuviera a salvo del apuro que parecía dominarlo todo.
Antes de que el micro abandonara el puente, llegué a contar otros cinco puentes, alejados, que se achicaban a medida que se acercaban al horizonte. En las veredas a ambos lados del río, incontables, manchitas negras y grises trasladaban de algún lugar hacia algún otro lugar. Esas manchitas eran personas. Nunca en mi vida había visto tantas personas juntas.
El conductor manejó unos minutos más hasta que llegó a la terminal de ómnibus. Esperé a que todos los ansiosos que se habían apelmazado en el pasillo lograran bajar, para que se despejara el área. Abajo iban a estar esperándome mi tía y mi prima, que eran familia, sí, pero decir que eran familia era sólo eso: una forma de decir. No nos conocíamos. ¿De qué íbamos a hablar cuando estuviéramos cara a cara? Probablemente, de lo mismo que habla la gente cuando no tiene nada de que hablar. Del clima, de como fue el viaje... esa serie de preguntas inofensivas que ayudan mucho a fingir que se lleva un espacio que en realidad sigue vacío.
Bajé las escaleras del micro con el ticket del equipaje en la mano. Adelante mío bajó el chico, que corrió rápidamente hacia una mujer que, sospeché, era su abuela. Mientras el conductor me entregaba las dos valijas, vi que mi compañero de asiento me saludaba con la mano. Habíamos llegado a la ciudad. Estaba ansiosa, y nerviosa. Todo lo que me esperaba era completamente nuevo
"La llegada"
En el asiento de al lado del micro en el micro se había sentado un chico que había subido dos pueblos después que yo y que lo único que hacía era jugar con el celular. Pensé en pedirle que apagara el aparato, o decirle que al menos tuviera la delicadeza de jugar en modo silencioso: en modo silencioso el celular, y en modo silencioso él, que no paraba de lamentarse o festejar en voz alta de a acuerdo de como le iba el partido. La verdad, no me interesaba estar al tanto de cuántos goles le hacían sus contrincantes. Pero cuando le hablé él pensó que yo quería hacerme un amigo nuevo y se puso a hablar. Tenía trece años, estaba viajando solo, su abuela iba a ir a buscarlo a la terminal cuando llegáramos. Dijo que iba a vivir con ella porque sus padres viajaban por trabajo un año entero y no podían llevarlo con ellos.
-¿Son corresponsables de guerra, espías, o qué? -Le pregunté, con interés verdadero y un poco de ironía-
No me entraba en la cabeza que unos padres no pudieran llevarse a su hijo, a no ser que se tratara de algo realmente peligroso. Tal vez mi pregunta estuvo un poco fuera de lugar, porque el chico se puso pálido y no me respondió. Me sentí una idiota por haberle hecho el comentario así y decidí no decirle nada del ruido que estaba haciendo con el celular. Volví a mirar la llanura a través de la ventanilla del micro, él volvió a su juego. Sentí pena; creo que también me sentí un poco identificada. Lamentablemente, yo sabía perfectamente bien cómo se sentía que tus padres te abandonaran. Mi papá nos había dejado solas, a mamá y a mí, algunos años atrás. A veces pensaba que si algún día lo entendía por qué lo había hecho tal vez podía llegar a perdonarlo.
En algún momento el cansancio me había vencido. Cuando desperté, ya estábamos casi llegando a la ciudad. Dicen que cada vez que dormimos soñamos. Siempre. Aunque eso fuera cierto, si al despertar no recordamos nada (como me pasó cuando desperté en el micro ese día) es como si no hubiéramos soñado. Todo lo que no recordamos, de alguna manera, no pasó. Pero todo lo que experimentamos, lo que sentimos, siempre es real. Por eso supe que la ciudad iba a querer aplastarme, como dice mamá, que hacía yo con las hormigas cuando tenía dos años, y que para salir viva de ese lugar iba a tener que hacerme todavía más fuerte.
Me desperté de un sacudón en el asiento del micro, las bocinas del millón de autos que intentaban bajar a la vez en una de las salidas de la autopista me hicieron creer, por un momento, que nuestras vidas estaban en peligro. Pero no, era la forma normal en que la gente de la ciudad se comportaba, energética, envidiosa, como si hubiesen pasado una semana atascados en esa salida de la autopista y ya hubieran perdido la paciencia. Miré al asiento del chico, para ver si a él también le molestaban tanto como a mí los bocinazos, pero dormía. El micro siguió de largo y atravesó un puente sobre el río que bordeaba la ciudad. Bien, cerca de nosotros estaba el puerto, en el que se apilaban montones de containers azules, amarillos y verdes, que desde la altura a la que estábamos parecían cajas de zapatos. Atrás del puerto continuaba la línea de la costa, poblada de edificios modernos bajos intercalados con algunos rascacielos. Un barco se movía despacio en el agua, en el medio de todo ese desorden (o ese orden que yo todavía no llegaba a comprender), como si estuviera a salvo del apuro que parecía dominarlo todo.
Antes de que el micro abandonara el puente, llegué a contar otros cinco puentes, alejados, que se achicaban a medida que se acercaban al horizonte. En las veredas a ambos lados del río, incontables, manchitas negras y grises trasladaban de algún lugar hacia algún otro lugar. Esas manchitas eran personas. Nunca en mi vida había visto tantas personas juntas.
El conductor manejó unos minutos más hasta que llegó a la terminal de ómnibus. Esperé a que todos los ansiosos que se habían apelmazado en el pasillo lograran bajar, para que se despejara el área. Abajo iban a estar esperándome mi tía y mi prima, que eran familia, sí, pero decir que eran familia era sólo eso: una forma de decir. No nos conocíamos. ¿De qué íbamos a hablar cuando estuviéramos cara a cara? Probablemente, de lo mismo que habla la gente cuando no tiene nada de que hablar. Del clima, de como fue el viaje... esa serie de preguntas inofensivas que ayudan mucho a fingir que se lleva un espacio que en realidad sigue vacío.
Bajé las escaleras del micro con el ticket del equipaje en la mano. Adelante mío bajó el chico, que corrió rápidamente hacia una mujer que, sospeché, era su abuela. Mientras el conductor me entregaba las dos valijas, vi que mi compañero de asiento me saludaba con la mano. Habíamos llegado a la ciudad. Estaba ansiosa, y nerviosa. Todo lo que me esperaba era completamente nuevo
Primera Parte "Capítulo 2"
Amores Conectados.
"Un extraño recuerdo"
Resignada a no poder dormirme, y aceptando que estaba ansiosa y que lo único que iba a sacarme la ansiedad era que el tiempo pasara y el reloj marcara las siete, me senté en la cama. Un destello llamó mi atención. Miré hacia mi escritorio. Ahí estaba, casi oculto entre las cosas que había preparado para el viaje, el collar que papá me había dejado antes de irse a Estados Unidos.
Extrañamente, algo lo había hecho brillar, imagino que la luz de la luna. Era un espiral de acrílico azul, del tamaño de una pequeña nuez, que papá había hecho engarzar para mí a modo de dije. Había sido otorgada "A José Fernandez, por sus aportes al diseño de redes sociales". ¿Qué redes? ¿A quién le entregó el premio? ¿Y por qué tiene forma de espiral"? Es irónico.
El único recuerdo de mi padre es un recuerdo que no puede entender. Lo dejé a la vista para no olvidármelo.
¿Fue la espiral? ¿Fue el recuerdo de papá? No sé bien qué, pero algo hizo que finalmente me deslizara con suavidad hacia el sueño. Sería injusto que después de tantas horas de insomnio y de preguntas sin respuesta, a punto de embarcarme en un proyecto que me despertaba tantos temores como ansiedades, yo no tuviera, ni siquiera, el consuelo de soñar algo placentero y hermoso, ¿no? Pero el mundo está lleno de injusticias. Y en lugar de aterrizar en una playa de arenas blancas con frutos tropicales y aguas cálidas, soñé algo espantoso. Estaba frente a una computadora a la que necesitaba acceder para salvar mi vida (¿salvar mi vida de qué?). La computadora tenía un reloj, sobre el que había un dibujo de algo parecido a una estrella, o a un sol, y el reloj iba descontando los segundos me quedaban de vida: treinta, veintinueve, veintiocho, veintisiete... Pero no podía entrar en la computadora porque desconocía la clave. ¡Si papá estuviera conmigo!
Papá, era experto en las redes virtuales... Pero estaba sola. ¡Sola en el mundo! Ni un zumbido extraño, agudo y penetrante, hacia que me doliera la cabeza, como si fuera a estallar. Hasta que aparecía alguien. Un chico sonriente y amable me prometía que iba a ayudarme si yo confiaba en él. Esto (confiar en él) era lo único que tenía que hacer. ¿Pero cómo confiar en un chico que de pronto se transformaba en un vampiro, ahora en un monstruo, ahora en un anciano, ahora en el tío Adolfo, ahora otra vez en un chico amable y sonriente?
Entonces cuando el reloj estaba a punto de pasar de uno a cero (y ya saben lo que pasa cuando un reloj te marca los segundos que tenes de vida pasa de uno a cero) mamá, más oportuna que nunca, me rescató de la pesadilla.
-Son las seis Vicky -Me dijo-. Vamos. así tenes tiempo de bañarte y desayunar
-Ayudame, ayudame... -Dije yo, desde ese lugar impreciso que está justo entre dormida y estar despierta-
-¿Que te ayude con qué? -Me preguntó-
Abrí los ojos. La luz de la lámpara empezó a traerme de a poco al mundo real. Los gritos del gallo me recordaron, definitivamente, que estaba a punto de abandonar Santa Elena.
-Perdón, estaba soñando
-¿Qué soñabas? -Preguntó mi mamá, pero parecía estar pensando otra cosa-
Le dije que no lo recordaba exactamente. Me miró en silencio, y en sus ojos pude llegar a ver un dejo de tristeza, o tal vez de emoción, porque su hija había crecido y estaba a punto de irse para empezar su vida nueva, propia, lejos de sus cuidados y su protección. Me agarró la mano con fuerza, para decirme -sin ponerlo en palabras- todo lo que iba a extrañarme. Y después me dijo:
-¿Te parece que los tíos te van a tratar bien?
Ni bien terminó de decirlo, pareció arrepentirse.
Tenía miedos, pero no quería que esos miedos me llegaran a mi.
-¿Qué clase de pregunta es esa? -Dije, simulando seguridad-. El tío Adolfo dijo que va a tratarme como una hija
-Tenes razón, qué tonta soy a veces... y son -Rió, y se puso de pie, y empezó a ordenar algunas cosas que estaban tiradas en el piso de mi habitación-
Mi madre era una mujer voluntariosa, cariñosa y fuerte. Pero desde que papá no estaba algo en ella se había roto, y ahora me parecía tan frágil que a veces tenía miedo de que un día se quebrara en mil pedazos. Van a tratarme como a una hija... pensé, repitiéndomelo en la cabeza, para convencerme. Me agaché y busqué las pantuflas debajo de la cama. Busqué en un cajón de mi escritorio la carpeta naranja en la que escondía las hojas del diario de papá que había encontrado hacía mucho tiempo, en una caja caída entre una pila de ropa en el placard de mamá, y la guardé en el bolso. En esas hojas había muchas anotaciones que no entendía, pero que algún día iba a entender, y las tenía siempre a mano porque temía que pudieran perderse. Sentía que en esas hojas se escondía parte del secreto de papá. Parte de lo que algún día iba a explicarme muchas cosas sobre su partida.
Mientras me vestía, recordé las palabras de mi madre. Y las de mi tío. Van a tratarte como a una hija, Victoria..., me repetí. Como a una hija. Y de pronto, otra vez sentí miedo. Recordé al hombre del sueño, un recuerdo que de a poco empezaba a borrarse, a irse a ese lugar casi inaccesible al que se van todos los sueños a medida que pasan más y más minutos desde que nos despertamos. El tío Adolfo va a tratarte como a una hija, Victoria, pero... ¿cómo tratará a su hija el tío Adolfo?
"Un extraño recuerdo"
Resignada a no poder dormirme, y aceptando que estaba ansiosa y que lo único que iba a sacarme la ansiedad era que el tiempo pasara y el reloj marcara las siete, me senté en la cama. Un destello llamó mi atención. Miré hacia mi escritorio. Ahí estaba, casi oculto entre las cosas que había preparado para el viaje, el collar que papá me había dejado antes de irse a Estados Unidos.
Extrañamente, algo lo había hecho brillar, imagino que la luz de la luna. Era un espiral de acrílico azul, del tamaño de una pequeña nuez, que papá había hecho engarzar para mí a modo de dije. Había sido otorgada "A José Fernandez, por sus aportes al diseño de redes sociales". ¿Qué redes? ¿A quién le entregó el premio? ¿Y por qué tiene forma de espiral"? Es irónico.
El único recuerdo de mi padre es un recuerdo que no puede entender. Lo dejé a la vista para no olvidármelo.
¿Fue la espiral? ¿Fue el recuerdo de papá? No sé bien qué, pero algo hizo que finalmente me deslizara con suavidad hacia el sueño. Sería injusto que después de tantas horas de insomnio y de preguntas sin respuesta, a punto de embarcarme en un proyecto que me despertaba tantos temores como ansiedades, yo no tuviera, ni siquiera, el consuelo de soñar algo placentero y hermoso, ¿no? Pero el mundo está lleno de injusticias. Y en lugar de aterrizar en una playa de arenas blancas con frutos tropicales y aguas cálidas, soñé algo espantoso. Estaba frente a una computadora a la que necesitaba acceder para salvar mi vida (¿salvar mi vida de qué?). La computadora tenía un reloj, sobre el que había un dibujo de algo parecido a una estrella, o a un sol, y el reloj iba descontando los segundos me quedaban de vida: treinta, veintinueve, veintiocho, veintisiete... Pero no podía entrar en la computadora porque desconocía la clave. ¡Si papá estuviera conmigo!
Papá, era experto en las redes virtuales... Pero estaba sola. ¡Sola en el mundo! Ni un zumbido extraño, agudo y penetrante, hacia que me doliera la cabeza, como si fuera a estallar. Hasta que aparecía alguien. Un chico sonriente y amable me prometía que iba a ayudarme si yo confiaba en él. Esto (confiar en él) era lo único que tenía que hacer. ¿Pero cómo confiar en un chico que de pronto se transformaba en un vampiro, ahora en un monstruo, ahora en un anciano, ahora en el tío Adolfo, ahora otra vez en un chico amable y sonriente?
Entonces cuando el reloj estaba a punto de pasar de uno a cero (y ya saben lo que pasa cuando un reloj te marca los segundos que tenes de vida pasa de uno a cero) mamá, más oportuna que nunca, me rescató de la pesadilla.
-Son las seis Vicky -Me dijo-. Vamos. así tenes tiempo de bañarte y desayunar
-Ayudame, ayudame... -Dije yo, desde ese lugar impreciso que está justo entre dormida y estar despierta-
-¿Que te ayude con qué? -Me preguntó-
Abrí los ojos. La luz de la lámpara empezó a traerme de a poco al mundo real. Los gritos del gallo me recordaron, definitivamente, que estaba a punto de abandonar Santa Elena.
-Perdón, estaba soñando
-¿Qué soñabas? -Preguntó mi mamá, pero parecía estar pensando otra cosa-
Le dije que no lo recordaba exactamente. Me miró en silencio, y en sus ojos pude llegar a ver un dejo de tristeza, o tal vez de emoción, porque su hija había crecido y estaba a punto de irse para empezar su vida nueva, propia, lejos de sus cuidados y su protección. Me agarró la mano con fuerza, para decirme -sin ponerlo en palabras- todo lo que iba a extrañarme. Y después me dijo:
-¿Te parece que los tíos te van a tratar bien?
Ni bien terminó de decirlo, pareció arrepentirse.
Tenía miedos, pero no quería que esos miedos me llegaran a mi.
-¿Qué clase de pregunta es esa? -Dije, simulando seguridad-. El tío Adolfo dijo que va a tratarme como una hija
-Tenes razón, qué tonta soy a veces... y son -Rió, y se puso de pie, y empezó a ordenar algunas cosas que estaban tiradas en el piso de mi habitación-
Mi madre era una mujer voluntariosa, cariñosa y fuerte. Pero desde que papá no estaba algo en ella se había roto, y ahora me parecía tan frágil que a veces tenía miedo de que un día se quebrara en mil pedazos. Van a tratarme como a una hija... pensé, repitiéndomelo en la cabeza, para convencerme. Me agaché y busqué las pantuflas debajo de la cama. Busqué en un cajón de mi escritorio la carpeta naranja en la que escondía las hojas del diario de papá que había encontrado hacía mucho tiempo, en una caja caída entre una pila de ropa en el placard de mamá, y la guardé en el bolso. En esas hojas había muchas anotaciones que no entendía, pero que algún día iba a entender, y las tenía siempre a mano porque temía que pudieran perderse. Sentía que en esas hojas se escondía parte del secreto de papá. Parte de lo que algún día iba a explicarme muchas cosas sobre su partida.
Mientras me vestía, recordé las palabras de mi madre. Y las de mi tío. Van a tratarte como a una hija, Victoria..., me repetí. Como a una hija. Y de pronto, otra vez sentí miedo. Recordé al hombre del sueño, un recuerdo que de a poco empezaba a borrarse, a irse a ese lugar casi inaccesible al que se van todos los sueños a medida que pasan más y más minutos desde que nos despertamos. El tío Adolfo va a tratarte como a una hija, Victoria, pero... ¿cómo tratará a su hija el tío Adolfo?
Primera Parte "Capítulo 1"
Amores Conectados.
"Demasiado joven para morir"
Busqué el reloj despertador de la mesita de luz y lo acerqué a la ventana para poder ver. Faltaban sólo dos horas y media para que fueran las siete, y a las siete salía el micro que iba a llevarme a la ciudad. Muy lejos de Santa Elena, de mi madre, de mis amigos... De todo lo que había sido mi mundo hasta ese momento. En mi estómago, revuelto, se agitaban las contradicciones.
Irme de Santa Elena me inquietaba y entusiasmaba casi por igual. De Santa Elena, un pueblito con un par de miles de habitantes, ya sabía casi todo lo que había empezado a sentir que me quedaba chico. En cambio en la ciudad era una hoja en blanco, y las posibilidades parecían infinitas. Se abría una puerta, y nadie -Ni siquiera yo- sabía lo que podía encontrarse del otro lado. Por eso estaba un poco intranquila; por eso y también porque iba a mudarme a la casa de unos parientes de los que sabía poco y nada, y me daba mucho miedo no sentirme cómoda, no llevarme bien con ellos. Pero mudarme a un departamento para mí sola tampoco hubiera sido tranquilizador, ¿no? Sola, en la gran ciudad. No. Estar al abrigo de una casa familiar y en compañía de unos parientes, sin importar los geniales que fueran, parecía un plan mucho mejor. Al menos no iba a tener que preocuparme por cocinarme y lavarme la ropa...
La pregunta que me rondaba sin parar, era especialmente en los últimos tres o cuatros días, cuando la partida ya había empezado a ser algo inminente, era; ¿qué iba a pasar con mi vida a partir de ahora? Tenía de que allá no me esperara nada demasiado grande, ni espectacular. Y faltan apenas dos horas y media para enfrentarme con mi futuro. Volví a apoyar el reloj en su lugar, me recosté boca arriba, y cerré los ojos para intentar dormir aunque fuera tan sólo un rato.
Imaginé esto: el micro que me lleva a la ciudad choca de frente con un camión y vuela por el aire. Da tres vueltas, o cinco, y cae destrozado en un campo al borde de la ruta, cerca de unas vacas que siguen pastando como si nada, porque si yo muero el mundo sigue su curso, ¿no? Como si nada. ¿Y por qué estabas pensando esas cosas horribles, Victoria? Sos joven. Deberías tener mucho tiempo por delante. Pero nunca se sabe.
Papá también era joven... Nunca se es demasiado joven para morir.
Abrí bien los ojos y observé, en penumbras, todo lo que formaba mi cuarto. Mis cosas. Las cosas que había ido juntando en diecisiete años y que iba a tener que abandonar ese día: estaba a punto de irme con poco más que unas valijas y un par de libros. Paseé la mirada por el cuarto. ¿Qué buscaba? No sé bien. Algo. Cualquier cosa que me tranquilizara, o que me ayudara a distraerme hasta sacarme de encima el insomnio. Cuando era más chica y no podía dormir también me quedaba horas buscando algo en la penumbra de la habitación. Pero ese entonces, con la imaginación exaltada por libros de aventuras y por mi corta edad, encontraba muchísimas cosas... La puerta de mi cuarto había sido cerrada por la reina malvada que me tenía cautiva en la torre; las ramas de álamo en mi ventana eran las garras del dragón que no dejaba que el príncipe me rescatara; el cajón de mi escritorio, el cofre mágico que guardaba un secreto... Sonreí con algo de nostalgia. Había sido lindo creer en todas esas cosas en mi infancia, pero también me hacía sentir bien poder verlo a la distancia y darme cuenta de que había creído, y que así y todo el futuro aún tenía un montón de interrogantes. Aventuras, tal vez no mágicas, pero aventuras al fin. Si la magia existiera yo hubiera podido hacer algo para que papá volviera a vivir. Pero no.
La magia no existía. Los tiempos en los que creía en la magia y en cuentos de princesas ya había quedado definitivamente atrás.
Por ejemplo, y entre nosotros, el futuro inmediato me deparaba este interrogante: ¿cómo iba a ser vivir con esos familiares casi desconocidos? Estaba por mudarme a la casa de mi tío Adolfo, el hermano de papá, que vivía con su esposa Lucrecia y su hija Bruna, una prima que había visto menos de diez veces, en cumpleaños o navidades, y que desde hacía años (por lo menos desde la puerta de mi papá) no había vuelto a ver. Una vez le había escuchado decir a papá: "La familia te toca, los amigos se eligen". Y era cierto. Cada vez que pensaba que el tío Adolfo y papá eran hermanos, volvía a sorprenderme. Podía encontrar menos parecidos entre ellos dos que entre una hormiga y un elefante. Adolfo, un hombre de negocios, abogado, que se había radicado en la ciudad para ganar plata y hacer una carrera ambiciosa.
Y José, un físico que nunca pareció interesante mucho en el éxito económico, que en cuanto pudo vino a Santa Elena conmigo y con mamá, para seguir investigando, para poder llevar adelante una vida tranquila que hasta dejaba tiempo para cultivar una huerta en su jardín...
La culpa de todo la tuvo su talento. Eso fue lo que lo mató. Su talento y la sensación que tenía de estar trabajando en algo importantísimo, en un proyecto del que nunca supe demasiado pero que, decía papá, podía representar un paso enorme para la humanidad, Sentía odio y orgullo hacía mi padre; odio y orgullo casi en la misma proporción. Si él no hubiera viajado a Estados Unidos, a trabajar en esa universidad, todavía seguiría en Santa Elena, con mamá y conmigo. Ya dos años antes de su muerte había casi dejado recibir noticias suyas. Las llamadas fueron espaciándose, los correos electrónicos dejando de llegar. ¿Por qué? Nunca lo supe, y tal vez ya nunca iba a saberlo. Giré en la cama, otra vez hacia el reloj.
Las cinco menos diez de la mañana. ¿Por qué tenía tan pocas ganas de irme? De pronto, me sentí una desgraciada. El tío Adolfo había ofrecido pagarme todos los gastos para que yo pudiera hacer mi propio camino en la ciudad. Algo que, sin esa ayuda económica, yo ni siquiera podría haber soñado.
"Demasiado joven para morir"
Busqué el reloj despertador de la mesita de luz y lo acerqué a la ventana para poder ver. Faltaban sólo dos horas y media para que fueran las siete, y a las siete salía el micro que iba a llevarme a la ciudad. Muy lejos de Santa Elena, de mi madre, de mis amigos... De todo lo que había sido mi mundo hasta ese momento. En mi estómago, revuelto, se agitaban las contradicciones.
Irme de Santa Elena me inquietaba y entusiasmaba casi por igual. De Santa Elena, un pueblito con un par de miles de habitantes, ya sabía casi todo lo que había empezado a sentir que me quedaba chico. En cambio en la ciudad era una hoja en blanco, y las posibilidades parecían infinitas. Se abría una puerta, y nadie -Ni siquiera yo- sabía lo que podía encontrarse del otro lado. Por eso estaba un poco intranquila; por eso y también porque iba a mudarme a la casa de unos parientes de los que sabía poco y nada, y me daba mucho miedo no sentirme cómoda, no llevarme bien con ellos. Pero mudarme a un departamento para mí sola tampoco hubiera sido tranquilizador, ¿no? Sola, en la gran ciudad. No. Estar al abrigo de una casa familiar y en compañía de unos parientes, sin importar los geniales que fueran, parecía un plan mucho mejor. Al menos no iba a tener que preocuparme por cocinarme y lavarme la ropa...
La pregunta que me rondaba sin parar, era especialmente en los últimos tres o cuatros días, cuando la partida ya había empezado a ser algo inminente, era; ¿qué iba a pasar con mi vida a partir de ahora? Tenía de que allá no me esperara nada demasiado grande, ni espectacular. Y faltan apenas dos horas y media para enfrentarme con mi futuro. Volví a apoyar el reloj en su lugar, me recosté boca arriba, y cerré los ojos para intentar dormir aunque fuera tan sólo un rato.
Imaginé esto: el micro que me lleva a la ciudad choca de frente con un camión y vuela por el aire. Da tres vueltas, o cinco, y cae destrozado en un campo al borde de la ruta, cerca de unas vacas que siguen pastando como si nada, porque si yo muero el mundo sigue su curso, ¿no? Como si nada. ¿Y por qué estabas pensando esas cosas horribles, Victoria? Sos joven. Deberías tener mucho tiempo por delante. Pero nunca se sabe.
Papá también era joven... Nunca se es demasiado joven para morir.
Abrí bien los ojos y observé, en penumbras, todo lo que formaba mi cuarto. Mis cosas. Las cosas que había ido juntando en diecisiete años y que iba a tener que abandonar ese día: estaba a punto de irme con poco más que unas valijas y un par de libros. Paseé la mirada por el cuarto. ¿Qué buscaba? No sé bien. Algo. Cualquier cosa que me tranquilizara, o que me ayudara a distraerme hasta sacarme de encima el insomnio. Cuando era más chica y no podía dormir también me quedaba horas buscando algo en la penumbra de la habitación. Pero ese entonces, con la imaginación exaltada por libros de aventuras y por mi corta edad, encontraba muchísimas cosas... La puerta de mi cuarto había sido cerrada por la reina malvada que me tenía cautiva en la torre; las ramas de álamo en mi ventana eran las garras del dragón que no dejaba que el príncipe me rescatara; el cajón de mi escritorio, el cofre mágico que guardaba un secreto... Sonreí con algo de nostalgia. Había sido lindo creer en todas esas cosas en mi infancia, pero también me hacía sentir bien poder verlo a la distancia y darme cuenta de que había creído, y que así y todo el futuro aún tenía un montón de interrogantes. Aventuras, tal vez no mágicas, pero aventuras al fin. Si la magia existiera yo hubiera podido hacer algo para que papá volviera a vivir. Pero no.
La magia no existía. Los tiempos en los que creía en la magia y en cuentos de princesas ya había quedado definitivamente atrás.
Por ejemplo, y entre nosotros, el futuro inmediato me deparaba este interrogante: ¿cómo iba a ser vivir con esos familiares casi desconocidos? Estaba por mudarme a la casa de mi tío Adolfo, el hermano de papá, que vivía con su esposa Lucrecia y su hija Bruna, una prima que había visto menos de diez veces, en cumpleaños o navidades, y que desde hacía años (por lo menos desde la puerta de mi papá) no había vuelto a ver. Una vez le había escuchado decir a papá: "La familia te toca, los amigos se eligen". Y era cierto. Cada vez que pensaba que el tío Adolfo y papá eran hermanos, volvía a sorprenderme. Podía encontrar menos parecidos entre ellos dos que entre una hormiga y un elefante. Adolfo, un hombre de negocios, abogado, que se había radicado en la ciudad para ganar plata y hacer una carrera ambiciosa.
Y José, un físico que nunca pareció interesante mucho en el éxito económico, que en cuanto pudo vino a Santa Elena conmigo y con mamá, para seguir investigando, para poder llevar adelante una vida tranquila que hasta dejaba tiempo para cultivar una huerta en su jardín...
La culpa de todo la tuvo su talento. Eso fue lo que lo mató. Su talento y la sensación que tenía de estar trabajando en algo importantísimo, en un proyecto del que nunca supe demasiado pero que, decía papá, podía representar un paso enorme para la humanidad, Sentía odio y orgullo hacía mi padre; odio y orgullo casi en la misma proporción. Si él no hubiera viajado a Estados Unidos, a trabajar en esa universidad, todavía seguiría en Santa Elena, con mamá y conmigo. Ya dos años antes de su muerte había casi dejado recibir noticias suyas. Las llamadas fueron espaciándose, los correos electrónicos dejando de llegar. ¿Por qué? Nunca lo supe, y tal vez ya nunca iba a saberlo. Giré en la cama, otra vez hacia el reloj.
Las cinco menos diez de la mañana. ¿Por qué tenía tan pocas ganas de irme? De pronto, me sentí una desgraciada. El tío Adolfo había ofrecido pagarme todos los gastos para que yo pudiera hacer mi propio camino en la ciudad. Algo que, sin esa ayuda económica, yo ni siquiera podría haber soñado.
Sintesís
Amores Conectados.
¿Alguna vez viste de la ventana de tu cuarto cómo el cielo cerrado de la noche iba poniéndose más y más transparente y vos seguías sin poder dormir? ¿Alguna vez sentiste que al día siguiente tu vida iba a cambiar de rumbo, pero no sabías qué rumbo iba a tomar? Esta historia empieza en una noche así, en un pueblo llamado Santa Elena, y va a pasar por mil y una otras noches y ciudades y tiempos... Pero todo eso viene después.
Aunque falta muy poco para que el gallo del vecino se ponga a cantar, todavía está oscuro. En el piso de arriba de esta casa, una casa blanca rodeada por una cerca de madera, hay una chica recostada en su habitación. Esa chica iba a llamarse Sofía (porque Sofía significa "saber", y para su padre, José, un científico el saber era algo casi tan valioso como la felicidad), pero dicen que cuando nació abrió los ojos inmensos, algo bastante extraño en un bebé recién nacido, y no lloró. Su padre, entonces, le puso Victoria por "triunfadora y vencedora." Esa chica de pelo rubio, tapada hasta la nariz (porque hace frío y porque tiene miedo), esa chica que mira los dibujos que hacen las sombras de los álamos de Santa Elena (los árboles que tal vez no vuelva a ver por mucho tiempo), Esa chica se llama Victoria Fernandez.
Esa chica todavía no sabe que dentro de algunas semanas su vida correrá peligro. Esa chica soy yo.
Mi ask http://ask.fm/BeluuAlbaZampinita
Esta es una adaptación de Victoria y Marcos de la novela "Dulce Amor" al libro "El secreto Aladina" de Gabriel Corrado. El diálogo va a hacer el mismo que el libro. También, esta idea está buena porque hay gente que quiere ese libro y no lo puede conseguir; entonces lo puede leer por acá.
Los nombres de los personajes son los mismos, excepto:
Victoria= Clara.
Marcos= Sharif.
José: Gustavo
Como ya lo dije, el diálogo es el mismo al igual que las características. Espero que les guste. Besos.
¿Alguna vez viste de la ventana de tu cuarto cómo el cielo cerrado de la noche iba poniéndose más y más transparente y vos seguías sin poder dormir? ¿Alguna vez sentiste que al día siguiente tu vida iba a cambiar de rumbo, pero no sabías qué rumbo iba a tomar? Esta historia empieza en una noche así, en un pueblo llamado Santa Elena, y va a pasar por mil y una otras noches y ciudades y tiempos... Pero todo eso viene después.
Aunque falta muy poco para que el gallo del vecino se ponga a cantar, todavía está oscuro. En el piso de arriba de esta casa, una casa blanca rodeada por una cerca de madera, hay una chica recostada en su habitación. Esa chica iba a llamarse Sofía (porque Sofía significa "saber", y para su padre, José, un científico el saber era algo casi tan valioso como la felicidad), pero dicen que cuando nació abrió los ojos inmensos, algo bastante extraño en un bebé recién nacido, y no lloró. Su padre, entonces, le puso Victoria por "triunfadora y vencedora." Esa chica de pelo rubio, tapada hasta la nariz (porque hace frío y porque tiene miedo), esa chica que mira los dibujos que hacen las sombras de los álamos de Santa Elena (los árboles que tal vez no vuelva a ver por mucho tiempo), Esa chica se llama Victoria Fernandez.
Esa chica todavía no sabe que dentro de algunas semanas su vida correrá peligro. Esa chica soy yo.
Mi ask http://ask.fm/BeluuAlbaZampinita
Esta es una adaptación de Victoria y Marcos de la novela "Dulce Amor" al libro "El secreto Aladina" de Gabriel Corrado. El diálogo va a hacer el mismo que el libro. También, esta idea está buena porque hay gente que quiere ese libro y no lo puede conseguir; entonces lo puede leer por acá.
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Victoria= Clara.
Marcos= Sharif.
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