Amores Conectados.
"Un extraño recuerdo"
Resignada a no poder dormirme, y aceptando que estaba ansiosa y que lo único que iba a sacarme la ansiedad era que el tiempo pasara y el reloj marcara las siete, me senté en la cama. Un destello llamó mi atención. Miré hacia mi escritorio. Ahí estaba, casi oculto entre las cosas que había preparado para el viaje, el collar que papá me había dejado antes de irse a Estados Unidos.
Extrañamente, algo lo había hecho brillar, imagino que la luz de la luna. Era un espiral de acrílico azul, del tamaño de una pequeña nuez, que papá había hecho engarzar para mí a modo de dije. Había sido otorgada "A José Fernandez, por sus aportes al diseño de redes sociales". ¿Qué redes? ¿A quién le entregó el premio? ¿Y por qué tiene forma de espiral"? Es irónico.
El único recuerdo de mi padre es un recuerdo que no puede entender. Lo dejé a la vista para no olvidármelo.
¿Fue la espiral? ¿Fue el recuerdo de papá? No sé bien qué, pero algo hizo que finalmente me deslizara con suavidad hacia el sueño. Sería injusto que después de tantas horas de insomnio y de preguntas sin respuesta, a punto de embarcarme en un proyecto que me despertaba tantos temores como ansiedades, yo no tuviera, ni siquiera, el consuelo de soñar algo placentero y hermoso, ¿no? Pero el mundo está lleno de injusticias. Y en lugar de aterrizar en una playa de arenas blancas con frutos tropicales y aguas cálidas, soñé algo espantoso. Estaba frente a una computadora a la que necesitaba acceder para salvar mi vida (¿salvar mi vida de qué?). La computadora tenía un reloj, sobre el que había un dibujo de algo parecido a una estrella, o a un sol, y el reloj iba descontando los segundos me quedaban de vida: treinta, veintinueve, veintiocho, veintisiete... Pero no podía entrar en la computadora porque desconocía la clave. ¡Si papá estuviera conmigo!
Papá, era experto en las redes virtuales... Pero estaba sola. ¡Sola en el mundo! Ni un zumbido extraño, agudo y penetrante, hacia que me doliera la cabeza, como si fuera a estallar. Hasta que aparecía alguien. Un chico sonriente y amable me prometía que iba a ayudarme si yo confiaba en él. Esto (confiar en él) era lo único que tenía que hacer. ¿Pero cómo confiar en un chico que de pronto se transformaba en un vampiro, ahora en un monstruo, ahora en un anciano, ahora en el tío Adolfo, ahora otra vez en un chico amable y sonriente?
Entonces cuando el reloj estaba a punto de pasar de uno a cero (y ya saben lo que pasa cuando un reloj te marca los segundos que tenes de vida pasa de uno a cero) mamá, más oportuna que nunca, me rescató de la pesadilla.
-Son las seis Vicky -Me dijo-. Vamos. así tenes tiempo de bañarte y desayunar
-Ayudame, ayudame... -Dije yo, desde ese lugar impreciso que está justo entre dormida y estar despierta-
-¿Que te ayude con qué? -Me preguntó-
Abrí los ojos. La luz de la lámpara empezó a traerme de a poco al mundo real. Los gritos del gallo me recordaron, definitivamente, que estaba a punto de abandonar Santa Elena.
-Perdón, estaba soñando
-¿Qué soñabas? -Preguntó mi mamá, pero parecía estar pensando otra cosa-
Le dije que no lo recordaba exactamente. Me miró en silencio, y en sus ojos pude llegar a ver un dejo de tristeza, o tal vez de emoción, porque su hija había crecido y estaba a punto de irse para empezar su vida nueva, propia, lejos de sus cuidados y su protección. Me agarró la mano con fuerza, para decirme -sin ponerlo en palabras- todo lo que iba a extrañarme. Y después me dijo:
-¿Te parece que los tíos te van a tratar bien?
Ni bien terminó de decirlo, pareció arrepentirse.
Tenía miedos, pero no quería que esos miedos me llegaran a mi.
-¿Qué clase de pregunta es esa? -Dije, simulando seguridad-. El tío Adolfo dijo que va a tratarme como una hija
-Tenes razón, qué tonta soy a veces... y son -Rió, y se puso de pie, y empezó a ordenar algunas cosas que estaban tiradas en el piso de mi habitación-
Mi madre era una mujer voluntariosa, cariñosa y fuerte. Pero desde que papá no estaba algo en ella se había roto, y ahora me parecía tan frágil que a veces tenía miedo de que un día se quebrara en mil pedazos. Van a tratarme como a una hija... pensé, repitiéndomelo en la cabeza, para convencerme. Me agaché y busqué las pantuflas debajo de la cama. Busqué en un cajón de mi escritorio la carpeta naranja en la que escondía las hojas del diario de papá que había encontrado hacía mucho tiempo, en una caja caída entre una pila de ropa en el placard de mamá, y la guardé en el bolso. En esas hojas había muchas anotaciones que no entendía, pero que algún día iba a entender, y las tenía siempre a mano porque temía que pudieran perderse. Sentía que en esas hojas se escondía parte del secreto de papá. Parte de lo que algún día iba a explicarme muchas cosas sobre su partida.
Mientras me vestía, recordé las palabras de mi madre. Y las de mi tío. Van a tratarte como a una hija, Victoria..., me repetí. Como a una hija. Y de pronto, otra vez sentí miedo. Recordé al hombre del sueño, un recuerdo que de a poco empezaba a borrarse, a irse a ese lugar casi inaccesible al que se van todos los sueños a medida que pasan más y más minutos desde que nos despertamos. El tío Adolfo va a tratarte como a una hija, Victoria, pero... ¿cómo tratará a su hija el tío Adolfo?
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