lunes, 4 de noviembre de 2013

Primera Parte "Capítulo 8"

                                                              Amores Conectados.
                                                               "Un café especial"

La noche de la fiesta la pasé encerrada en mi habitación. Miento. Bajé un rato, para no despertar resquemores en mi tía, mi prima y mi tío, y a la primera oportunidad que tuve fingí una jaqueca mortal por la que "lamentablemente" iba a tener que irme a dormir. Me creyeron. Ser la pueblerina, parece, tiene sus ventajas. Todo el mundo piensa que como venís de un pueblo son más ingenua, más buena, y que no mentís nunca. Por mí, genial. Aférrense a sus prejuicios, quedarme en esa "fiesta" hubiera sido una tortura. Los amigos de mi tío comían como cerdos, las esposas de los amigos de mi tío sonreían como corderitos despojados de cualquier bocado interesante para meter en la conversación, y los hijos de los amigos de mi tío eran personas tan interesante como el kiosquero de Santa Elena, famoso por no haber dicho, en toda su vida, más que el precio de lo que ibas a comprar. Martín, el que mi prima había dicho que "estaba fuerte", era un nene de trece años. Definitivamente, a Bruna le gustaban muchos las bromas.
Al día siguiente, lunes, el despertador sonó a las siete. Me duché, me vestí para mi primer día en la facultad, bajé a desayunar. Estaba por agarrar la leche de la heladera cuando una mucama se me acercó tímidamente, para avisarme que la mesa ya estaba servida en el comedor. Qué maravilla, pensé, y abrí la puerta doble que conectaba con el salón donde los Sandoval se alimentaban a diario. Fui la primera en llegar. No decidía en cuál silla sentarme cuando la mucama solucionó esa duda por mí. Me señaló la de uno de los costados, a dos sillas de la cabecera. Había cuatro lugares, así que mi tía, mi tío y mi prima iban a unírseme pronto, pensé. Había tostadas, yogurth, cereales, mermeladas, queso blanco, miel, galletitas de varios tipos y colores, jugo de naranja, café, leche, panes (todos con muy buen aspecto), jamón, y una tetera cubierta con un "suetercito" de lana, para que no se enfriara el agua. Sonreí. Imaginé a mi tía explicándoles a las mucamas a la combinación de colores que debía tener el suetercito de la tetera mientras las mucamas la miraban en silencio, asintiendo, preguntándose que tan grande podía ponerse la locura de la señora Lucrecia.
Unté una tostada con mermelada de naranja y me serví un café con leche, mitad y mitad. En ese momento apareció Bruna, vestida como si estuviéramos a punto de ir a la facultad pero no a estudiar si no a desfilar por sus pasillos. Para ser justa, debo reconocer su buen gusto. Se había puesto un vestido azul, ajustado, que le llegaba bastante arriba de las rodillas y que parecía comprado en una feria de rosa usada, porque imitaba el estilo de les setenta, tan de moda últimamente. El vestido estaba estampado en figuras geométricas, en distintos tonos de violeta, y para completar el look de mi prima se había puesto un brazalete negro en la muñeca derecha y un colgante pesadísimo, de metal plateado, con forma de una cruz. En los pies, unas sandalias rojas, con un taco alto que no aparentaba generarle ninguna complicación a la hora de caminar, algo que a mí me pareció una proeza. Nunca había aprendido a caminar con tacos. Mamá siempre me lo había echado en cara, decía que yo era "muy poco señorita". Bruna se sentó en la cabecera, se sirvió café del termo y tomó un trago largo. Café negro, sin azúcar.

-No puedo creer que pienses "cuando sea grande, quiero ser abogada" -Dijo mi prima mientras se preparaba una tostada-. ¿Por qué elegiste esta carrera tan aburrida?

La miré. Pensé en ser grande, en ser abogada cuando fuera grande, no sentí nada especial... Pero ella estaba a punto de empezar conmigo misma "carrera aburrida" que me cuestionaba. Se lo dije, para defenderme.

-A mí me obligan, prima. Los tiranos -Ironizó, refiriéndose a mis tíos-, quieren que siga los pasos de mi padre. ¿De qué sirve tener toda esta plata si no puedo ser libre? Voy a tener que esperar heredar, parece

Me serví jugo de naranja, asentí, me pregunté qué porcentaje de la frialdad de Bruna era una pose y qué porcentaje era sincero.

-¿Pensás que mi papá va a morirse joven? -Dijo-. Sería una desgracia... ¿cómo se dice? Ah, sí. Una desgracia con suerte

El jugo de naranja se me atoró en la boca. Tragué como pude. Miré a mi prima a los ojos, que me observaba, sonriente.

-Perdoná -Dijo unos segundos después-. Me había olvidado que tu papá murió joven. No quería ponerte mal

No le creí, pero de todas formas le dije que estaba todo bien. Terminamos rápido de desayunar (supongo que ninguna de las dos quería estar con la otra), y cuando estábamos levantándonos de la mesa apareció mi tío, en un traje impecable. Nos preguntó si estábamos apuradas, si no podíamos quedarnos un rato más.

-¡Quería almorzar con mis futuras abogadas! ¿Cómo se preparan para su primer día de clases?
-Muy bien, Pa -Dijo Bruna-. Estoy ansiosa. No sabes las ganas que tengo de empezar Derecho. Me muero de ganas. ¡Me muero!
-Me alegro tanto hija -Dijo mi tío. Bruna resopló, para terminar de dejar en claro lo que mi tío ya había entendido pero prefería ignorar-. ¿Y vos, Victoria?

Mi tío dio un trago a su café y puso cara de asco.

-¡Amalia! -Gritó-. ¡Amalia, venga! -Y después a mí- Perdoná Vicky. Me decías...
-Estoy nerviosa -Dije-

Una mucama llegó al comedor desde la puerta que daba a la cocina. Miró a mi tío en silencio unos segundos. Mi tío la miró como si no la conociera-

-¿Dónde está Amalia?
-Está enferma, señor
-Este café... ¿quién hizo este café?
-Yo, señor
-¿Amalia le explicó cómo lo tomo?
-Si, señor...
-¿Y su nombre es...?
-Salomé

Mi tío sonrió.

-Salomé... qué lindo nombre -Dijo, y después-. Gracias, Salomé. Puede retirarse

Salomé salió del comedor. Mi tío dejó la taza de café y no volvió a tocarla. Después volvió a acordarse de mí, aunque no parecía estar escuchándome.

-Vicky, ¿estás tan contenta como tu prima o más?

Entonces, sonó su celular. Levantó una mano, como pidiéndome disculpas por la nueva interrupción, y respondió.

-Decime -Contestó, serio, al teléfono-. ¿Cómo? ¿Quién? -Del otro lado alguien le contaba algo que a mi tío no parecía gustarle-. Llego en veinte minutos y lo vemos. No hagas otra estupidez más. Esperame

Cortó el teléfono, miró la mesa, las tostadas, las galletitas, como buscando algo que le interesara, pero no lo encontró. Se puso de pie, se estiró el traje, y nos sonrió.

-Bueno, que lindo charlar con ustedes. Me alegra tanto verlas bien -Dijo, y después a Bruna-. Por favor, decile a tu madre que se ocupe de esta mujer -Dijo, señalando con la cabeza la puerta que comunicaba con la cocona-. Si vuelve a hacerme un café como este no quiero verla más. Hasta luego. Suerte

Y se fue. Pensé en Salomé, en la pobre Salomé, y en que lo parecía imposible -que alguien en esa casa me cayera peor que mi prima Bruna- acababa de suceder. Y en mi tía, que no había bajado a desayunar.
En el chico con el que había soñado anoche. Y en el café. ¿Qué problema tenía el café? Ninguno. Yo lo tomé. En esa casa el café no era el problema. El café estaba delicioso. Y pensé que, apenas un rato más tarde, iba a estar en la facultad. ¿Cómo sería este primer día tan esperado?

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