Amores Conectados
"Lucrecia y Bruna"
Recién había terminado de bajar del micro cuando escuché una voz de mujer a mis espaldas.
-¡Querida! -Dijo-
Intuí que podía ser mi tía, pero no podía estar segura, no tenía incorporado el timbre (bastante agudo) de su voz. Me di vuelta para ver si me hablaban a mí.
Ahí estaban. Tía Lucrecia, y Bruna, casi iguales como las recordaba por fotos. Lucrecia me agarró la cara con sus manos, sonrió, me dio un beso en la mejilla.
-Estas enorme, querida... -Me miró a los ojos, luego a los a pies, las sandalias rojas, y otra vez a los ojos- Menos linda que cuando eras chiquita, pero linda
Y se rió, haciendo pasar su comentario por un chiste. Fue una sonrisa algo tensa, no sé si porque no estaba tan feliz de que me mudara a su casa, o por las cirugías que seguramente se había hecho para aparentar algunos años menos. En sus manos que cruzó por delante del pecho mientras me observaba terminar de bajar el equipaje del micro, habría al menos siete anillos, uno más brillante que el otro. De sus orejas colgaban dos aros que imaginé de plomo. ¿Cómo hacía para cargar todo ese peso? Bruna se me acercó y agarró la valija más chica.
-Qué divertido -Me dijo-. Tener una prima en mi casa
Le agradecí su ayuda. Mientras nos abríamos paso entre la multitud para llegar al auto, pensé en lo que acababa de decirme. Tener a mi prima, en mi casa. Su casa. Tal vez yo estaba un poquito angustiada con la mudanza y entonces me ponía sensible de más.
Puede ser. Pero el chiste de mi tía, sumado a eso de "mi casa" que había dicho Bruna... dos comentarios que no me traían buenos augurios. Lo que había dicho Bruna había sonado como una especie de advertencia. "Vas a vivir acá, pero nunca vas a sentirte como en tu casa porque esta es mi casa". Me sentía, además, una especie de atracción turística, la pueblerina de paseo en la ciudad... Por eso Bruna le parecía "divertido" tenerme en su casa... Tal vez era yo, que me ponía sensible de más. Puede ser. Pero, no sé... No me sentí precisamente bienvenida.
-¿Y el tío? -Pregunté desde el asiento trasero del auto mientras me frotaba los brazos con la palma de las manos para darme un poco de calor-
Mi tía había prendido el aire acondicionado al máximo, como si estuviera preparándose para la tercera edad en Siberia.
-Quería venir, pero está ocupadísimo. Ocupadísimo, en serio. No vive. Trabaja -Respondió Lucrecia, mirándome un segundo por el espejo retrovisor- Te mandó un beso
Y volvió a sonreír. Parecía usar la sonrisa como el punto final de la oraciación.
-Sigue ocupándose en quiebras y remates? -Pregunté-
Yo sabía que eso es lo que hacía el tío Adolfo porque mamá me lo había contado. Mi tía me miró sorprendida, como si esa pregunta estuviera completamente fuera de lugar en una chica de mi edad. Las chicas de mi edad, para mi tía debían preocuparse tan sólo tener bien acomodado el pelo y bien pintadas las uñas. En realidad, tal vez pensara que no sólo las chicas de mi edad, si no todas las chicas, de cualquier edad, debían preocuparse tan sólo por tener bien acomodado el pelo y bien pintadas las uñas.
-Si -Dijo, algunas dudas-, creo que sí...
No hablamos mucho de su trabajo, es un tema que me resulta tremendamente aburrido... Mientras lo haga bien, a mí no me importa qué hace.
Se río fuertísimo, como si acabara de decir algo muy gracioso. Miré a Bruna por el espejo. Había girado la cabeza hacia la ventana, pensé que la tía Lucrecia (es decir, su madre) le daba vergüenza.
-¿Viajaste bien? -Dijo mi primo-
-Si -Dije yo-
-¿Estás cansada? -Dijo mi prima-
-Dormí un poco -Dije yo-
-Igualito a Santa Elena, ¿no? -Dijo mi prima, mirando a través del vidrio la avenida cargada de autos-
No respondí. ¿Qué iba a decir? Bruna giró la cabeza y me miró con una sonrisa que podía significar complicidad, o simpatía, pero también burla. Burla hacia mí, la pueblerina, deslumbrada con la ciudad y su tamaño. El resto del viaje tampoco fue muy agradable. Predominó el silencio, interrumpido de tanto en tanto por algunos insultos que mi tía les dedicaba a otros conductores, peatones, chicos en moto, e incluso a algunos semáforos que se ponían en rojo justo antes de que ella llegara a cruzarlos, como si fuera algo personal.
-Odio el transito del centro. Si fuera por mí no vendría nunca, nunca. Es un horror -Dijo-
-Dicen que el Derecho es una carrera difícil... -Comentó Bruna sin mirarme-. Yo la imagino difícil. Y aburrida. ¿Vas a poder estudiarte el Código Civil de memoria?
Ella se rió, yo sonreí. Mi prima, me pareció, estaba contenta de tener visitas, pero también estaba un poco celosa. Igual, empezaba a parecerme, tenía sentido del humor. Y eso podía llegar a acercarnos y hacer más agradable la estadía en su casa.
-De chiquita era muy buena aprendiéndome de memoria las canciones del jardín de infantes... -Dije-. El Código Civil no puede ser mucho más largo, ¿no? -Agregué, y nos reímos las dos-
Sí. Tal vez mi prima Bruna y yo, sólo tal vez, podíamos llegar a hacernos amigas. Lucrecia seguía concentrada en el tránsito, y aprovechaba los semáforos para chequear en el espejo retrovisor que no se le hubiera corrido el maquillaje. Todo parecía muy moderno, rápido y extraño. ¿Qué futuro me esperaba? ¿Me adaptaría a mi nueva vida? Lo que no recordamos, de alguna manera, no pasó nunca, lo que sentimos siempre es real. Y esa tarde, en el auto que me llevaba a mi nueva casa, sentí que no tenía respuestas certeras a mis preguntas. Pero algo adentro mío me hacía creer que el futuro inmediato me deparaba algunas sorpresas.
Les dejo un adelanto:
Victoria y Marcos se conocen en el capítulo 20.
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